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La cuna de la paz

Columnista invitado EE
18 de abril de 2016 - 05:03 p. m.

No me cabe duda sobre la certidumbre del dicho muy colombiano que la realidad supera la ficción, y cómo ello contribuye a que se afecte negativamente hasta la paz y armonía familiar, el desarrollo armónico e integral de los niños, la tranquilidad y convivencia ciudadana y el proceso de desarrollo integral del país, de cara todo ello también al logro efectivo de una Colombia en paz.

Por: Gabriel Alberto Niño Niño*

Esto se distingue cuando haciendo pensamiento freak develamos todo lo que está oculto tras de lo que se asume como evidente; se termina advirtiendo entre las varias causas concurrentes para ello, la actitud irresponsable como ineficaz e inoportuna del Estado en el cumplimiento de sus diferentes obligaciones que tiene para con el goce efectivo de sus derechos por los niños, sin excepción, desde el primer día de existencia, siendo contundente la consagración de ser sus derechos prevalentes desde los tratados internacionales, como la Constitución Nacional y la ley, lo cual involucra de manera directa como expresa al Estado por el principio de corresponsabilidad, junto con la familia y la sociedad para aportar al goce cierto como a tiempo y con calidad de sus derechos por todos los niños, niñas y adolescentes.

Al efecto recuerdo en forma patética cómo a finales de la década pasada, desempeñándome como fiscal de la Unidad de Adolescentes, llegó a mi oficina una madre soltera de no muchos años, residente en un barrio estrato dos del Distrito Capital y progenitora de tres hijos, mujer la cual enseñaba la angustia y desasosiego que vivía con ocasión del comportamiento de su hijo mayor, de tres que tenía, el cual contaba con 16 años y había sido capturado días atrás en flagrancia por el delito de hurto o atraco callejero, y a su vez había sido ya liberado por consecuencia de lo que imponía la ley para ese tipo de casos.

Me manifestó ella una, incomprensiva para mí, actitud abierta de inconformidad absoluta por esa puesta en libertad de su hijo, inquiriéndome vehemente y repetidamente ¿Por qué no lo mantuvieron preso, por qué no lo mantuvieron preso? Lo cual me pareció insólito y aun así le pregunté cuál era la razón de su disgusto. Me dijo que se encontraba desesperada pues ya no veía posible volver a vivir con ese hijo bajo el mismo techo, pues me confesó entre lágrimas y sollozos que aquel se encontraba desescolarizado hacía dos años por haber desertado del colegio, cuando cursaba el séptimo grado, por consecuencia de las malas amistades e influencias que surgen en la calle, al estar ausente la madre del hogar por razón de mantenerse trabajando como operaria en un taller de confecciones, en procura de obtener recursos muchas veces escasos para la cabal satisfacción de las necesidades básicas de su prole.

Así mismo refería que por ello ese hijo había incursionado en el consumo de sustancias sicoactivas, como en acciones de hurtos callejeros a personas, sin respetar ni acatar las pautas de comportamiento que ella le trazaba, que volvía a la casa en días diferentes y horas inesperadas, justo cuando en su mayoría ella no estaba y que maltrataba en ocasiones a sus dos hermanos menores, uno de 13 y otro de ocho años, llegando al extremo de ir hurtándose bienes de la casa como la plancha, la olla exprés, etcétera. Que por todo eso ella se figuraba y confiaba en que al haber sido capturado su hijo casualmente por uno de esos delitos cometidos en la calle, ella junto con sus otros dos menores hijos irónicamente podrían superar el infierno en que se había convertido la vida familiar, y con ello no solo ellos sino parte del vecindario que se contaba también entre las víctimas de su hijo, iban a recuperar mucho de la paz y tranquilidad que habían perdido.

Ante su insistencia para que con inmediatez se le volviera a privar de la libertad a su hijo y contestarle de mi parte que eso no era posible jurídicamente por razón de los dictados de la normatividad vigente, me expresó vehementemente: “es que si ustedes no hacen algo rápidamente, yo prefiero terminar mis días en el Buen Pastor”. Y se retiró desconsolada.

Desconcertado quedé y pensando cómo podría llegar esa historia a no ser más dramática y trágica de lo que ya era, más aún cuando nunca me había imaginado como posible que una madre de un detenido, y más siendo este un adolescente como aquí lo era, pudiera llegar ante mí en desarrollo de mi función judicial, en cambio de a pedir su libertad, a exigirme, como había acontecido con esta mujer, casi implorándome, que no se le mantuviera en libertad y dejándome entrever que si eso no era posible era capaz de atentar contra su vida.

Ante tal resultado me pregunté cómo pudo haber llegado a darse eso y cómo no podría repetirse con otros protagonistas, lo que terminó afectando negativamente ese entorno familiar y a su vez trascendiendo al entorno vecinal, barrial y social, hasta colocar a esa madre en un estado que califiqué como de cuasi enajenación.

Concluí que eso había acontecido por consecuencia de estar dentro de un Estado que coloquialmente he venido llamando como adulscente, esto es, que se comporta exigiendo como un adulto y respondiendo como un adolescente. A pesar de tener el Estado unas obligaciones a él impuestas expresamente, desde lo internacional por la Convención sobre los Derechos del niño y desde lo nacional en la Constitución Política y el Código de la Infancia y la Adolescencia, no interviene diligente, rápida, integral, oportuna y eficazmente desde el primer momento con supervisión estricta en el hogar mismo y no a distancia, cuando entre otros casos un menor, como el de la historia aquí referida, comienza por desconocer la primera autoridad como lo es la autoridad de los padres, siendo claro para mí cómo ello contribuyó y sigue contribuyendo para que casos como este se sigan escalando, y terminen impactando negativamente la paz en los diferentes entornos ya puntualizados.

Más aún cuando es irrefutable e incuestionable que el núcleo de la sociedad es la familia, y que por ende es allí donde se gesta la paz bajo la dirección de los padres y con la asistencia y monitoreo serio y efectivo del Estado, coligiendo que si todo niño colombiano nacido llega a disfrutar desde el primer día de su existencia, a cabalidad, a tiempo y con calidad de sus derechos para desarrollarse armónica e integralmente, tendremos proyectando a futuro mejores familias, mejores adolescentes, mejores adultos, mejores ciudadanos y por ende una mejor sociedad, un mejor Estado y en suma un mejor país, esto es en PAZ VERDADERA, pujante, respetuoso a plenitud de los derechos humanos y en acelerado tránsito al desarrollo integral.

Proceso que debe tener ineludible como primera fase el desarrollo humano, para seguir respectivamente con el desarrollo político, económico, social y cultural, y no como de manera equivocada lo asumen muchos para mí reduccionistas en cuanto que el desarrollo está supeditado al desarrollo económico.

Mi invitación, principalmente a todos los ciudadanos librepensadores, filántropos, emprendedores y activistas ciudadanos como sociales es a que reflexionemos a profundidad en esta propuesta, y si la comparten, la apoyen en esta coyuntura histórica que transitamos hacia la paz, para que sea considerada e incluida en las reformas o ajustes que se implementen seguidamente a la formalización del añorado acuerdo de paz, o aun incluso de no lograrse tal acuerdo o refrendación, pues de lo contrario evocando a Aixa la madre de Boabdil el último rey moro, cuando lo vio llorando desde una montaña a la Granada ya pérdida, terminemos llorando como mujeres por no haber defendido como aprovechado la oportunidad histórica y de pronto única de ser capaces de aportar decididamente desde lo individual como lo colectivo a construir la PAZ integral.

* Fiscal 314 Seccional de Bogotá

 

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