Comienza el año y con él, dietas para deshacerse de los “kilos de más”. Google se satura de búsquedas sobre la dieta de la manzana verde, de la piña, de la avena y de los batidos y tés detox; de la “Military Diet” de tres días y de la “Scardale”, en la que se se consumen toda la zanahoria y el apio que se desee. #Dieta es tendencia en redes sociales, confundiendo aún más a la sociedad.
Alguna vez, un gastroenterólogo de la Universidad de Tokio me diseñó un plan alimenticio poco equilibrado. Eliminar de la noche a la mañana frutas amarillas, chocolates, dulces y lácteos; tomar té verde sencha –diurético, quemador de grasa y estimulante del metabolismo– todo el día, y diluir fibra natural a base de pitahaya, té verde, linaza y germen de trigo. En cuatro meses me bajé cinco kilos y no era feliz.
Los efectos secundarios de la palabra “eliminar” son devastadores, porque privarnos de cualquier alimento o bebida nos resta felicidad. Recordemos que comer, además de nutrir, es placer y disfrute. Negarnos así sea un bocado, nos lleva al extremismo y por experiencia hemos visto que los extremos y el exceso llevan al fracaso. El éxito está en el balance, incluso a la hora de bajar de peso.
Un ejemplo es el vegetarianismo semanal, una tendencia mundial en donde se evitan las carnes de lunes a viernes y los fines de semana se disfruta de hamburguesas y costillas. Otra muestra es disfrutar de una pequeña pastilla de cacao al 70 % al día, no irnos al extremo y comernos toda la barra. Si nos hace feliz un helado (no el pote entero) o las papas a la francesa (no agrandadas), ¡comámoslos una vez a la semana! El cuerpo lo pide porque lo necesita, y si se lo damos, nos lo agradecerá.
Si piensan que van a ser felices adelgazándose con dietas extremistas, tarde o temprano se darán cuenta de que el secreto de una figura saludable y esbelta está en ser conscientes de que el equilibrio debe estar presente a la hora de comer y de pensar. El cuerpo lo agradecerá.
Columnista invitado: Lápiz y Sartén