La Filarmónica de Viena y Gergiev

Manuel Drezner
11 de marzo de 2016 - 05:19 a. m.

La oportunidad de escuchar una de las grandes orquestas del mundo, la Filarmónica de Viena, dirigida por quien es considerado uno de los directores más talentosos de nuestros tiempos, Valery Gergiev, debe ser motivo de agradecimiento por parte de los melófilos bogotanos.

El Teatro Santo Domingo fue el creador de esta bella noche musical, pero debe decirse que hay que agradecer igualmente a los patrocinadores ya que, aunque el precio era alto (y sin embargo una bicoca en comparación con lo que cobran conjuntos de rock) y las boletas se agotaron con gratificante antelación, esto no alcanzaba para cubrir los costos y fueron esos mecenas quienes financiaron la diferencia para que el público bogotano tuviera este concierto de altísima categoría.

No voy a caer en la ingenuidad de hacer crítica a una orquesta y un director de trayectoria universalmente reconocida, pero sí puede decirse que el programa fue curioso, ya que no incluía los habituales caballitos de batalla. Comenzó con dos extractos de Parsifal de Wagner, el Preludio y la Música del Viernes Santo, música que no es precisamente espectacular, sino que requiere concentración por parte del auditor. La orquesta, con su bello sonido, dio buena cuenta de estos extractos y después del intermedio tocó otra obra que figura muy poco en conciertos, así haya sido grabada con frecuencia: el poema sinfónico o sinfonía (que de ambas maneras la llaman) Manfredo de Tchaikovsky, basada en un poema de Byron. La propuesta para hacer esta obra provino de un crítico musical ruso (para algo deben servir) que primero se la propuso a Berlioz, quien rehusó por su avanzada edad, y a Balakirev, que no se sintió capaz de hacer justicia a Byron y se lo cedió a Tchaikovsky. Este creó una obra programática gigantesca de casi una hora de duración, que utiliza los recursos orquestales al extremo (quizá por eso fue escogida por Gergiev para mostrar de lo que es capaz la orquesta vienesa). Esta música ha sido grabada con frecuencia y era admirada por Toscanini (quien fue el primero en llevarla al disco fonográfico), pero por necesitar de una gigante orquesta virtuosa, poco figura en conciertos. De hecho, creo que esta es la primera vez que se ha tocado en Bogotá y no creo que se oiga muy pronto de nuevo. El concierto finalizó con dos bises, lógicamente de Strauss, el mayor exponente de la música vienesa: el vals Cuentos de los bosques de Viena, en su extensa versión sinfónica, y una polka, Truenos y relámpagos, que por su ligereza hicieron contraste con las exigencias de las otras obras.

Fue, como se dijo, un concierto de altísima categoría y debe destacarse nuevamente que Bogotá se haya convertido en centro de importantes eventos musicales, como lo fue esta presentación de la Filarmónica de Viena. Como nota al margen, debe decirse que ella ya ha comenzado a incluir mujeres en su nómina y es de esperar que eventualmente haya también representantes de otras etnias.

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