La forma de protestar

Jorge Iván Cuervo R.
27 de enero de 2017 - 03:03 a. m.

A raíz de las protestas de los antitaurinos por el regreso de las corridas de toros a Bogotá, caracterizadas por la violencia verbal y física a los asistentes a la plaza de Santamaría y excesos del Esmad, pero también a las protestas de los taxistas contra el servicio de Uber, que ha implicado agresiones a pasajeros, bloqueo a vehículos y hasta el incendio de un carro, debemos detenernos a pensar por qué nos cuesta tanto como sociedad expresar nuestra inconformidad sin acudir a la violencia.

En una sociedad democrática la protesta legítima es un derecho que debe ser garantizado por las autoridades, pero en Colombia la respuesta generalmente es la presencia del Esmad de la Policía Nacional, cuyo comportamiento en control de manifestaciones deja mucho que desear, pues casi siempre termina en excesos y en desmanes peores que los que busca controlar. La directriz de política del Estado colombiano parece ser bolillo, pata y gas lacrimógeno al manifestante. En Bogotá existe un protocolo para movilizaciones contenido en el Decreto 563 de 2015 que no sabemos si se aplica.

En las marchas parece haber un libreto estándar que siempre se activa. En principio se valida el objetivo legítimo de la manifestación, pero rápidamente los organismos de inteligencia advierten sobre posibles infiltraciones, llega el Esmad con una actitud hostil contra los manifestantes, empiezan los actos de violencia, y al final caos y desorden, y los organizadores de la marcha aducen que la marcha fue infiltrada por aquellos que les convenía que la cosa saliera mal. Ese libreto, con algunas variaciones, nunca falla, y lo de fondo, lo que se estaba pidiendo, termina diluido, invisibilizado y deslegitimado

En el caso de las corridas de toros es necesario encontrar una forma de evitar maltratos innecesarios al animal y un sistema de incentivos y restricciones -por ejemplo, sin recursos públicos en publicidad y patrocinio, más impuestos, no consumo de licor en la plaza, sin la presencia de menores de edad-   para que esta tradición cultural se disuelva de manera progresiva y quede confinada a ámbitos muy particulares.

En el caso de Uber, tarde o temprano este tipo de servicios y otras plataformas tecnológicas terminarán coexistiendo con los taxis tradicionales, y estos, para ser más competitivos, deben prestar un mejor servicio, con carros limpios, buena atención, sin elegir la ruta, cobrando la tarifa correcta, con un trato amable hacia el pasajero, respetando las señales de tránsito y en un sistema en el que los taxistas puedan obtener su licencia y permiso de trabajo directamente de las autoridades de tránsito sin tener que acudir al extorsivo cupo de los Uldarico, Ospina y cia.  Y Uber tendrá que legalizarse, pagar impuestos y competir en igualdad de condiciones

También se precisa de instituciones capaces de tramitar las demandas sociales que se expresan en esas movilizaciones, muchas de las cuales exigen el cumplimiento mínimo de las funciones estatales.

El conflicto armado ha hecho ver que cualquier demanda al Estado en la calle es una forma de subvertir el orden público y la lectura de los organismos de seguridad e inteligencia es esa. Y entre muchos manifestantes existe la idea de que en este país hay que hacerse oír, incluso acudiendo a la violencia de ser necesario.

Un escenario de posconflicto nos debe llevar a una nueva cultura de protesta, donde la movilización social sea respetada y garantizada por el Estado, y donde los actores sociales puedan expresar su inconformidad y desacuerdos sin tener que acudir a la violencia, y un Estado capaz de dar respuesta efectiva a esa insatisfacción social.

@cuervoji

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