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La gran carrera a la Casa Blanca

Miguel Ángel Bastenier
06 de febrero de 2016 - 03:59 a. m.

El lunes pasado se libró en Iowa el primer, todavía escarceo, para la Casa Blanca y el martes próximo en New Hampshire habrá una, también primera, reválida. Pero todo parece indicar que estamos antes bien frente a una maratón que una llegada al sprint. Los dos grandes partidos norteamericanos, republicanos y demócratas, habían sufrido ya una relativa eliminación de precandidatos y los “caucuses” de Iowa —con algo más de 171.000 votantes— a la vez confirmaron y desmintieron los pronósticos.

Los confirmaron porque entre la derecha, desde un centro conservador hasta el diluvio ultra, son tres, solo tres, los que cortan el bacalao: Ted Cruz, Donald Trump, y Marco Rubio; y entre los demócratas uno y medio, o puede que dos, Clinton y Sanders. Y los desmintieron porque el megamillonario Trump, que se comía las encuestas como un tragaldabas de votos, quedaba segundo ante el presunto hispano Cruz para los republicanos; y entre sus oponentes Hillary Clinton en vez de ganar confortablemente, se repartía compromisarios (sufragios) para la convención demócrata con un anciano judío, agnóstico de la judeidad, que tenía la arrogancia de presentarse como socialista, Bernie Sanders, lo que en la parla de Estados Unidos podemos traducir como social demócrata, a lo sumo de centro.

Y New Hampshire es importante porque posiblemente se sabrá entonces si Cruz es verdaderamente el adversario a batir y Trump simplemente ha sufrido un tropiezo. Y en el bando demócrata, algo parecido ocurre entre Clinton y Sanders, de forma que se confirme o no que “hay partido”. Pero, más allá de unos resultados cuyo auténtico peso no conoceremos probablemente hasta las primarias de Florida, para cuando el vencedor en los dos campos suele estar ya perfilado, sí ha habido elementos del debate político que han venido para quedarse.

No hay que llamarse a engaño con lo de que Cruz se llame como se llama, porque de “hispano”, en mi opinión, tiene francamente poco. Es cierto que es hijo de cubanos; su padre emigrado a Canadá, casó con una norteamericana y el muchacho nació en Calgary, y es hoy una autoridad en la parroquia evangélica de EE. UU. Evidentemente, ser protestante no es mejor ni peor que ser católico, pero, pese a los grandes progresos de las sectas en América Latina, la conexión con el mediodía ibérico me parece más endeble. Aún más, que nadie se alegre de la relativa derrota de Trump porque si es perfectamente posible que el mediático fierabrás ni siquiera crea todas las barbaridades racistas que profiere, y simplemente sabe que le conviene ir soltándolas por ahí, Cruz es totalmente sincero cuando asegura que en su primer día en la Casa Blanca procedería como un ciclón contra todo lo obrado en la Presidencia Obama: la cobertura social, el acuerdo nuclear con Irán, el progreso en las relaciones con la isla antillana, Jerusalén, reconocida como capital de Israel cuando el mundo entero se conforma con Tel Aviv, y, en general, todo aquello que pudiera parecer vagamente social y de cautelosísima izquierda. Y, quizá, aún más importante, los observadores que mejor conocen el paño afirman que con quien hay que contar es con el tercer clasificado, Marco Rubio, este sí que hijo de padre y madre cubanos, español perfecto, y sobretodo el preferido del “establishment”, que, aunque siempre a la derecha, parece estar mejor educado que los anteriores. Y en cuanto a la religión, en un país en el que no tener una afiliación cristiana puede ser grave, consigue que nadie sepa a ciencia cierta cuál es la suya. Bautizado un día católico y pasado por el mormonismo y una u otra secta protestante, parece que finalmente regresado a Roma, lleva a sus hijos indistintamente a templos católicos o derivados de la “intifada” luterana.

En el campo demócrata lo duradero es que Bernie Sanders ha obligado a la señora Clinton a redefinir su campaña, acentuando los aspectos feminista, sindical, y social demócrata. Hillary, cuyo marido gana cientos de miles de dólares al año dando conferencias por ahí, está experimentando una especie de retorno a la juventud, cuando ella y el que hoy es su marido eran estudiantes universitarios, no desdeñaban algún canuto y estaban en sintonía con el tocado capilar de la época. El “socialista” Sanders difícilmente podrá impedir que una mujer opte con posibilidades más que reales al solio de la avenida Pensylvania, pero ya le ha forzado a buscar un atuendo diferente al de la candidata omnibús, aquella al que puede votar cualquiera que se considere más o menos simpatizante del partido demócrata.

Termina, pues, la primera estación de una larga carrera. Pero nada está visto para sentencia.

 

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