La La Land o Un cuento de Año Nuevo

Valentina Coccia
30 de diciembre de 2016 - 12:07 a. m.

Estos días, muy seguramente plagados de rumores y algarabías para cada uno de nosotros, se caracterizan también por un silencio interno, que se guarda furtivo en cada corazón que festeja este cierre de ciclo.

El fin del año siempre marca con nostalgia el paso del tiempo, haciéndonos contemplar desde el balcón del presente las anécdotas y vivencias del año que pasó, pero también postrándonos hacia una vista panorámica de nuestras futuras oportunidades, de nuestras posibilidades infinitas y de nuestros sueños más anhelados. Cada año que termina, reunidos en la sala de una casa, o posiblemente en alguna fiesta, los presentes nos deseamos un feliz año nuevo, lleno de prosperidad, de bienestar y de expectativas cumplidas. Sin embargo, detrás de esos buenos deseos, a menudo idealizados y soñadores, rara vez pensamos en los sacrificios, en las dificultades y en los baches que se presentan en el camino para alcanzar esas ambiciones tan anheladas y esos propósitos tan firmes y seguros.

Todas estas reflexiones de fin de año coincidieron felizmente con el estreno de la película “La La Land”, del joven director estadounidense Damien Chazelle. El título de este musical, que rescata este antiguo género cinematográfico y lo pone al servicio de las jóvenes generaciones del siglo XXI, puede resultar engañoso para la mayoría de nosotros. “La La Land” suena a pura alegría, a expectativas cumplidas y sueños realizados en el epítome de la dicha y de una perfección casi ilusoria. No obstante, Chazelle nombra de esta forma a su película con ironía, pues esa fantasía de perfección y de sueños realizados que con frecuencia ofrece la industria de Hollywood, se ve socavada mostrando en su lugar cómo los propósitos pueden conseguirse, pero solo a costa de enormes sacrificios.

“La La Land” narra la historia de amor de Mia (interpretada por Emma Stone) y Sebastian (interpretado por Ryan Goslyng), dos jóvenes artistas llenos de nostalgia que se enamoran en Los Ángeles, ciudad de la fama y la riqueza, de los cuerpos esculturales, de los cocktails en la terraza y de las fiestas de piscina. Ella, enamorada de las películas de Ingrid Bergman y del cine de los años 30 y 40, llega a Los Ángeles con el propósito de convertirse en actriz, rindiendo tributo a su amor genuino por el arte dramático. Él, músico apasionado del antiguo sentimiento del jazz que activaron los viejos ídolos como Charlie “Bird” Parker, Thelonious Monk o Louis Amstrong, busca revivir ese espíritu en Los Ángeles, ciudad en la que a menudo la música se oye solo en los spas, en las fiestas relajantes al lado de la piscina o junto a las interminables horas que se viven en las salas de espera de los cirujanos plásticos.

Mia y Sebastian son dos diamantes en bruto, dos rarezas que padecen de la incurable enfermedad de tener extraños sueños en medio de una muchedumbre que solo busca el beneficio de permitirse una vida frívola cargada de lujos y de atardeceres de ocio. Se reconocen en un cielo plagado de estrellas que buscan brillar pero no cautivan a nadie. Ese reconocimiento mutuo, que baila al ritmo de un vals que los astros tocan en el firmamento, hace brillar los sueños de ambos, que se convierten en ilusiones alcanzables gracias a ese instante inefable y trasformador que impone las fuerza del amor.

Mia y Sebastian viven una hermosa historia, que pasa por todas las facetas del amor cotidiano. Como los ciclos de las estaciones de la soleada California que Chazelle imprime en su película, la vida de ambos y el amor que surge entre ellos entra en los ciclos de la naturaleza, transformándose, muriendo y volviendo a renacer. Llega un punto en el que esos sueños nostálgicos, perdidos en el tiempo e inalcanzables en la realidad del siglo XXI, dejan de navegar en el espacio como estrellas perdidas y encuentran su curso por los caminos de la tierra, pero Mia y Sebastian deberán expiar pedazos de sus almas para poder alcanzar sus esperanzas, perdiéndose ambos de nuevo entre los astros que habitan en el enorme firmamento de la vida.

Recomiendo esta película para año nuevo, porque más que desear un país de los sueños llamado “La La Land”, debemos observar nuestros propósitos no de forma idealizada, sino contemplando de lejos los sacrificios que los hicieron o los harán viables. “La La Land”, por un momento, acallará el ruido estruendoso que nos rodea en estos días de fiesta, y nos llevará al silencio, a ese lugar seguro desde donde podremos contemplar la grandeza de nuestros sueños, pero sobretodo, la impecabilidad que alcanzarán nuestras almas al conseguir aquello que nuestros corazones han deseado con tanto fervor.

@valentinacocci4  valentinacoccia.elespectador@gmail.com

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