La mentira del Socialismo del Siglo XXI

Jorge Eduardo Espinosa
16 de enero de 2017 - 02:00 a. m.

Jon Lee Anderson, periodista del semanario estadounidense The New Yorker, escribió en 2001 un notable perfil del entonces presidente Hugo Chávez Frías.

Entre las tantas voces del texto, hay una que recuerdo: la del diputado de Acción Democrática y opositor al régimen Pastor Heydra, quien dice “Chávez es el único revolucionario en todo esto, él es un romántico. Nadie más cree en esta mierda”. Pasaron los años, murió Chávez, llegó Maduro, y Venezuela padece la más desgraciada de las miserias: la de aquel que desperdició, tirando a la basura y robando, la nevera más grande y mejor equipada del continente. Propongo ahora ir a enero del 2005. El proyecto socialista de Chávez, legítimo y elegido en democracia, repetía como mantra su filosofía, su hoja de ruta: el Socialismo del Siglo XXI. ¿Qué era eso? Lo inventó a fines de los años 90 un politólogo alemán, Hans Diederich, quien fuera asesor de Chávez entre 1999 y 2012.

El comandante – paracaidista usó el término por primera vez en el Foro Social Mundial de Porto Alegre en enero de 2005. Días después se declaró él mismo un socialista. Nadie sabe con precisión en qué consiste, pero el intelectual venezolano Teodoro Petkoff, que viene de la izquierda guerrillera, asoma esta definición: “le atribuyen algún parentesco con el pensamiento de Marx, pero en la práctica no es más que un régimen autoritario, autocrático y militarista”. En su discurso, casi siempre tan lejano a la práctica, repetía su sueño: distribuir la renta petrolera beneficiando a los sectores más pobres. Hoy sabemos que aquello no ocurrió. Sabemos que los avances que se lograron en los primeros años del chavismo, se diluyeron ya en los inagotables bolsillos de los “boliburgueses”, de los militares venezolanos enriquecidos que pasean por Miami, París y la quinta avenida en Nueva York.

¿Qué dejó el Socialismo del Siglo XXI a los países que copiaron el modelo de Chávez? En Nicaragua, tal vez el más patético de los casos, el dictador Daniel Ortega no solo se hizo reelegir una vez más, sino que nombró a su esposa como vicepresidenta. ¿Cómo llegó hasta allí? Prohibió a la oposición participar en las elecciones, acabó con la prensa independiente y crítica y tuvo financiación: 3500 millones de dólares de la “cooperación venezolana” sin tener que rendirle cuentas a nadie. En Brasil, la casa del Foro de Sao Pablo y de la voz que parecía la más autorizada para hablar de Socialismo, Lula da Silva, se vivió una época de corrupción que no tiene igual en el continente: en el escándalo Odebrecht, del que Colombia también es protagonista, se pagaron 439 millones de dólares en sobornos. Y Petrobras, que fuera la joya de la corona, tiene una deuda que asciende a 125 mil millones de dólares. Todos los partidos políticos, derecha, cristianos, centro, izquierda, lulismo, robaron sin compasión.

En Argentina, con la llegada del muy cuestionado Mauricio Macri al poder, se ha ido derrumbando la máscara del Kirchnerismo. Un país con una inflación rampante, con escándalos terribles de corrupción que tocan a los más altos dirigentes que trabajaron con Cristina Fernández y Nestor Kirchner. El más patético de los casos es el de Lázaro Baez, humilde cajero de banco en sus orígenes y que en pocos años de kirchnerismo se convirtió en un multimillonario constructor con bienes cercanos a los 53 millones de dólares. Milagroso. No es el único ejemplo. En Bolivia, con el discurso de reivindicar los derechos de los indígenas, por años despreciados y maltratados por los muy ricos y los muy blancos, Evo Morales se presentará en 2019 para su cuarto mandato. No importa que en febrero de 2016 el gobierno haya perdido el referendo que preguntaba a la gente si quería otro gobierno de Morales. Hay que anular cualquier decisión que no nos favorezca, con cualquier argumento, con cualquier mentira, de cualquier manera, dicen. Queda el ejemplo y excepción de Rafael Correa, un político extraño: educado en economía en la ortodoxia gringa, religioso muy comprometido, seguidor de Chávez. Ya anunció que no se presentará a elecciones. Dejará su legado a Lenín Moreno, quien fuera su vicepresidente. Razón tenía el señor Heydra: el único que creía en “esa mierda era Chávez”.

@espinosaradio

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