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La mítica leyenda

Gonzalo Silva Rivas
23 de marzo de 2016 - 02:00 a. m.

El rostro de El Dorado cambió sustancialmente con la ampliación y remodelación emprendida desde 2008, pero aún conserva lunares que requieren de aplicada cirugía.

El aeropuerto acaba de ser calificado como el mejor de Suramérica por la reconocida firma de auditoría británica Skitrax, la misma que desde hace dos años le mantiene una clasificación de cuatro estrellas. Sin embargo, este reconocimiento no puede quitarle el foco a problemas existentes que le restan eficiencia y competitividad y que poco ayudan a la comodidad de usuarios y trabajadores.

El Dorado suma cincuenta y siete años, y desde hace cuatro dio un salto olímpico cuando puso en servicio su nuevo muelle internacional -doce meses antes de que despegara el nacional- para emerger de aquel monumental retraso que marcaba una época en la infraestructura aeroportuaria del país, en la que sus aeródromos -a excepción quizás del José María Córdova- asemejaban la penosa apariencia de rústicos terminales de bus.

En medio de la fuerte controversia desatada a su alrededor, consecuencia de una interminable cadena de improvisaciones, decisiones equivocadas, cambio de diseños, omisiones técnicas, retrasos, litigios, escándalos y sobrecostos, se transformó en moderna estructura arquitectónica de atractiva fachada pero con poca concertación urbanística y ambiental. Ahora, como resultado de la reciente calificación de la evaluadora británica, entra a integrar la selección mundial de 19 aeropuertos con categoría de cuatro estrellas, elevándose a la altura de nueve pares asiáticos, siete europeos, uno ruso y del Abu Dabi del Medio Oriente. Un ramillete solo superado por cuatro aeropuertos de cinco estrellas, localizados en Hong Kong, Seúl, Singapore y Tokio.

Pero El Dorado aún se encuentra en obra y no ha coronado su última fase. Por el momento, a través de Opaín, se sigue avanzando en el proceso de ampliación de sus dos terminales y en la construcción de posiciones dobles para aeronaves de gran envergadura; Codac, el concesionario de pistas, interviene las calles de rodaje, y la Aerocivil adelanta la instalación de luces 3C para mejorar aproximación y visibilidad. La nueva torre de control, adjudicada al Consorcio Torre Muisca, en 2013, sería entregada el próximo 1 de abril, y en el espacio ocupado por la antigua y emblemática estructura se construirán seis posiciones adicionales.

Para lograr los niveles adecuados de eficiencia, el aeropuerto capitalino primero deberá solucionar una serie de obstáculos físicos que restringen la operación e implementar mejoras en tecnología de seguridad aérea, como radioayudas, comunicaciones y equipos de alta precisión. Además tendrá que priorizar el moderno sistema instrumental (ILS) para optimizar maniobras de aterrizaje en condiciones de mínima visibilidad, permitiéndole al piloto descender casi encima de la pista, a menos de 50 pies –hoy lo hace a 400 pies-, para valorar la seguridad del aterrizaje.

La estructura cuenta con una atractiva fachada pero su interior se muestra poco amigable para el usuario. Las salas de espera carecen de confort y de un mobiliario apropiado -a excepción de las exclusivas salas VIP-; el personal en módulos y el de cuadrillas de trabajadores receptoras de vuelos es insuficiente; persisten dificultades de acceso a Internet; los turistas circulan despistados por falta de orientadores; la amabilidad de empleados y funcionarios no marca la nota, y la calidad en los servicios tampoco alcanza la altura de su categoría internacional. Las sillas para visitantes son escasas e incómodas y las tarifas de almacenes y restaurantes marcan cifras exorbitantes, sin que exista una autoridad de control que ponga orden en la regulación de precios.

En sus alrededores no se cuenta con parqueaderos públicos suficientes ni se registra un estricto control para evitar el ingreso o la salida de mercancía y elementos ilegales. Las congestiones son permanentes y corre el tiempo sin que se estructuren soluciones para facilitar un rápido acceso y se levante dentro de su entorno una estación del Transmilenio.

Podría presumirse, entonces, que el aeropuerto todavía se encuentra en construcción y tendrá mucho más que ofrecer para volverse realmente competitivo y alcanzar la eficiencia de las grandes terminales aéreas del mundo. Solo con la mejora integral de sus servicios, tanto en el sector de aire como en el de tierra, El Dorado –como en el siglo XVI-no repetirá las infortunadas expectativas de la mítica leyenda.

gsilvarivas@gmail.com

@Gsilvar5
 

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