La política de las manchas

María Elvira Bonilla
04 de octubre de 2015 - 08:09 p. m.

En Sucre ya no se habla de partidos políticos sino de manchas políticas.

Cada mancha tiene un color que la distingue; operan como una especie de carpa que agrupa y cobija a candidatos y equipos con raíces en distintos partidos que, por intereses exclusivamente electorales, van juntos hasta dentro de tres semanas. La contienda por la Gobernación manda la parada: la mancha amarilla es la del combo de Yahir Acuña, quien, en cuerpo ajeno, aspira a la Gobernación con su esposa Milena Jaraba. La roja es la del candidato Édgar Martínez, con el aval de Cambio Radical para recoger votos de todos lados. En San Onofre nació la mancha blanca de Farid Saliman, candidato a la Alcaldía, cuyos seguidores pueden unirse a cualquiera de las otras dos manchas para la Gobernación.

No hay mejor manera para sintetizar la crisis de los partidos y el despelote de estas elecciones que la fórmula de las manchas, hija de la recursividad costeña, de su gracia, pero también del pragmatismo que se vuelve cinismo con el que abordan la política, hoy extendido al resto del país. En estas elecciones regionales quedará definitivamente sepultado el sentido transformador de la política, que es de su esencia. Es su degradación final, entendida como un negocio en el que se reparten anticipadamente los recursos públicos a través de los futuros contratos y los cargos claves para la contratación de las administraciones locales.

Está el terreno abonado para que pelechen personajes con las agallas y la voracidad de un Yahir Acuña que, a punta de populismo y ayudas económicas, alimenta el resentimiento existente contra la vieja dirigencia sucreña. Buena parte de ella está en la cárcel, se ferió la riqueza materialmente solvente con sus ingresos ganaderos y de regalías, dejando al departamento ahogado como uno de los cinco más pobres de Colombia.

La aspiración de Acuña de ser gobernador, para lo cual renunció a su curul en la Cámara, se vio frustrada por las investigaciones que lo acosan; encontró en su familia, en su esposa Mile, la solución para no perder su poder electoral. Una campaña donde danzan los millones —afiches de la pareja en todos los rincones, efectivo en cantidades para pagar fórmulas médicas, gasolina para los mototaxistas y fajos de billetes de $50.000 que personalmente reparte públicamente. Supo descifrar la ruta del poder para llegar a Bogotá, aliándose en las pasadas elecciones con caciques como Efraín Cepeda, Pulgar, Mussa Besaile, Bernardo Elías, Nora García y Miguel Amín. Los votos que le puso a Santos le dieron para beneficiarse de la frugal mermelada con cupos indicativos hasta por $14.000 millones para proyectos para las necesarias y electoralmente rentables vías terciarias, no sólo en Sucre, sino en departamentos tan lejanos de sus sabanas como Casanare y el Valle del Cauca. Completó con el multimillonario contrato que logró, en asocio con la senadora cordobesa Nora García, para el mantenimiento de las playas de Coveñas. Y en disputa ha estado un significativo asunto con el ministro Iragorri para La Mojana.

Mientras Yahir Acuña, a sus 35 años, se corona como el mayor elector de Sucre, la política cae a los niveles más bajos en cuanto a su sentido y prácticas. Los partidos agonizan, pero se imponen nuevas formas para ganar elecciones: las manchas.

 

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