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La víbora sigue viva

Mauricio Botero Caicedo
12 de marzo de 2016 - 05:09 a. m.

Serias amenazas enfrenta Colombia y no todas son en el campo económico o energético.

Hay una amenaza que reviste especial gravedad y es el resurgimiento, con todas sus profundas consecuencias, de la producción de coca y del negocio del narcotráfico. A finales del año pasado el Washington Post informó que “los cultivos crecieron el 44% en un año: un duro golpe para Estados Unidos, que ha dado más de US$9.000 millones al Plan Colombia. Sólo dos años después de que dejó de ser el primer productor mundial y de que cayó incluso por debajo de Perú, Colombia siembra ahora más coca ilegal que el Perú y Bolivia”. A pocos días de firmar la paz, el Gobierno enfrenta una tenebrosa realidad: el país se llenó nuevamente de coca y buena parte de la responsabilidad de este auge es de las Farc, quienes durante cuatro décadas han alimentado la víbora del narcotráfico.

¿Por qué han resurgido con fuerza los cultivos de coca? Por una parte, el incremento en las áreas cultivadas se puede deber, paradójicamente, a los programas de sustitución de cultivos ilícitos impulsados por el Gobierno. De acuerdo con un analista, “los habitantes de tales regiones estarían sembrando coca porque allá terminará llegando el dinero de ese tipo de programas”. Para Insight Crime, el resurgimiento tiene que ver con el precio del oro: “Cuando éste alcanzó niveles récord en los años 2010 y 2011 (US$1.900 la onza), muchos «raspachines» se trasladaron al sector de la minería informal. Esto fue particularmente relevante en departamentos como Antioquia, que tiene grandes yacimientos de oro. Los precios del oro han bajado a casi US$1.250 por onza, y el sector de la minería informal, que depende de la explotación de los depósitos aluviales, los cuales se agotan rápidamente, se ha vuelto a reducir en ciertas áreas. En consecuencia, los «raspachines» han retornado a la coca y las laderas andinas se han vuelto a poblar de pequeñas plantaciones de verdes arbustos de coca”. Otro de los factores tiene que ver con la desaparición de la erradicación de cultivos mediante fumigación aérea. La erradicación manual se ha vuelto cada vez más difícil, dado que los dos grupos guerrilleros más grandes del país, las Farc y el Eln, instalan minas y trampas explosivas en los campos cuando llegan los erradicadores, y usan francotiradores contra las fuerzas de seguridad que son enviadas a proteger los equipos de erradicación. La tasa de cambio juega un papel. Para el economista Armando Montenegro, en el departamento de Nariño la devaluación “estimuló la siembra y el tráfico de coca, negocios beneficiados por la notable depreciación de la tasa de cambio”.

En El Espectador del pasado siete de marzo aparece una propuesta de Pedro José Arenas de que el Gobierno compre toda la cosecha de coca al precio al que actualmente se transa con destino a pasta base, cuantas veces sea necesario, hasta por un período de siete años. Haciendo abstracción momentánea de que el Gobierno no tiene un centavo, el compromiso de comprar convertiría a Colombia entera en un inmenso sembrado de coca. En un país en que buena parte de los economistas claman por eliminar toda restricción a la importación de comida, el único cultivo rentable sería la coca, una maleza cuyos costos de siembra y cosecha son ínfimos. Hoy —sin garantía de compra— nadamos en coca. Mañana —con garantía de compra— la coca desplazará hasta la última mata de café. Que con la firma de la paz desaparezca la coca y el narcotráfico no se lo cree ni el más ingenuo de los europeos.

¡Que el señor nos tenga en sus manos!

 

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