Llegó el sátrapa

Lorenzo Madrigal
30 de enero de 2017 - 02:00 a. m.

Cuando aparece un hombre dominador e injusto en el panorama político es natural que haya algún temor entre sus súbditos y entre los que van a verse afectados por la proximidad geográfica o geopolítica.

Algo atenúa ese temor en el caso de la llegada de Donald Trump a la Presidencia de los Estados Unidos. Y es que la democracia norteamericana rueda sobre ejes fortísimos y tradiciones ancestrales y está fincada en respetables enmiendas y en la libertad informativa y de pensamiento crítico. No podrá un hombre pragmático, más gestor de negocios que de política, imponer formas de gobierno que contradigan los fundamentos que han hecho grande a ese país.

Uno tiende a pensar que ha subido al mando un futuro sátrapa como los de otros continentes o de países subdesarrollados, que hacen y deshacen a voluntad. Tras turbulentas medidas iniciales, decretos de muros todavía utópicos y cumplimientos de campaña a la ligera, es de esperar que amainen las aguas y dejen en el poder no al gobernante ideal, pero sí a uno más de cuantos han sido y dejado huella de autoritarismo y tropelías, sin haber llegado a desbordar el marco, así sea el más amplio y convencional, de la democracia.

Y no se trata de minimizar lo que pueda ocurrir en la era Trump en materia de derechos sociales o meramente humanos, como en políticas migratorias ni tampoco en lo relativo a peligrosos desafíos internacionales, que empiezan a verse. En sus manos está casi que la suerte del mundo y en su mente, que no da muestras de ser la más sensata.

Pese a todo, alienta pensar que este señor no puede quedarse en el mando (aunque ocho años no es poco), como ocurre con las dictaduras de izquierda que nos rodean, ni podrá oprimir derechos esenciales a la libertad como los de expresión y prensa o el respeto a los resultados electorales ni arruinará la economía de su país, emporio mundial de bienes y servicios.

Es claro que empieza a ser implacable y humillante con sus vecinos o tercer patio como se considera a Latinoamérica y otras cosas más. Pero no se perpetuará ni estará exento del juicio de responsabilidades como tampoco de erosionantes opiniones adversas.

Todo lo que se diga del magnate que ha llegado al poder en Norteamérica es incierto, y no se dicen cosas buenas. Pero ojalá no haya jurado en vano (“sobre una moribunda constitución”) y los contrapesos democráticos no resulten inoperantes frente a él.

Tal vez viene a cuento que en la Cuba comunista, de donde Colombia recibe ahora cátedra constitucional, después de una satrapía de 50 años ni un grafiti puede escribirse y sobre todo ninguno será más genial y sintético que el garrapateado por alguien a la muerte del dictador, al que toda una generación sólo pudo conocer en el poder.

El letrero al que me refiero, denso en su significado, decía por todo: “Se fue”. Su autor cayó preso.

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