Lo malo de nuestros tiempos y su remedio

Aldo Civico
04 de enero de 2017 - 02:00 a. m.

Parece que la política se olvidó de su esencia: ocuparse de la cosa publica para el bien común. Perdió su alma.

La política se ha convertido en el arte de dividir y de mentir para el bien de algunos intereses y aspiraciones particulares. Gana quien es mejor en mentir y sembrar discordia. Se hizo verdad lo que Foucault escribió hace varias décadas: la política es la continuación de la guerra.

Pero la política nunca está aislada de dinámicas sociales más amplias. De alguna manera refleja lo que pasa en lo profundo de una sociedad. Hoy la política refleja el hecho de que nuestras sociedades son cada vez más una aglomeración de audiencias y cada vez menos una comunidad de ciudadanos.

De hecho, en un tiempo donde podemos escoger el ver, leer e interactuar solamente con lo que nos gusta y nos representa, sin tener que interactuar con quienes piensan de manera distinta, estamos perdiendo la curiosidad y el gusto por el encuentro con visiones del mundo diversas. Desde los canales televisivos hasta los medios sociales, hoy más y más nos aislamos en islas particulares, donde compartimos exclusivamente con los que tienen nuestros mismos gustos. Vivimos en islas que ya no se comunican entre si.

Y eso con el tiempo nos está haciendo más intolerantes, más rígidos y, por eso, menos inteligentes y preparados para vivir en una sociedad compleja y global.

Nos estamos olvidando de que no somos animales completos y que para evolucionar necesitamos del encuentro con la diversidad. Es en la relación con la diversidad y con el otro, y no en el aislamiento, donde nos completamos y nos enriquecemos.

Cada uno de nosotros pasa por la vida desarrollando un mapa conceptual que nos permite interpretar la realidad. Es un mapa esencial para nuestra supervivencia. El problema es que confundimos el mapa, necesariamente incompleto, con la realidad y pensamos que la realidad y nuestro mapa coinciden. Es la alucinación en la cual vivimos.

Pero no es así. Nuestros mapas tienen sus omisiones, sus exageraciones, sus generalizaciones. Son una interpretación parcial y particular de la realidad. Necesitamos de la relación con los demás, es decir, con sus mapas, para enriquecer y completar nuestro mapa y acercarse así, un poco más, a la realidad.

Para poder hacer esto hay que promover el diálogo y generar espacios donde nos encontremos con el otro.

De hecho, el diálogo permite la transformación y el enriquecimiento de las sociedades y de sus miembros. Nos permite ser más completos y crecer. Pero hay que fomentar este dialogo hoy.

De hecho, quizás algo bueno que la victoria del No en Colombia y la de Trump en Estados Unidos nos han dejado es la conciencia de que vivimos en sociedades profundamente divididas. Es la línea base desde donde arrancamos. Pero no es la realidad que podemos aceptar.

Mi propuesta es entonces que el 2017 sea el año del diálogo, fomentado y promovido desde la ciudadanía. Mientras vigilamos y estamos atentos a las decisiones que toman los que nos gobiernan, podemos promover un diálogo respetuoso, sincero y abierto con los que piensan de manera distinta a nosotros. Quizás al unir el esfuerzo diario de muchos, vamos también construyendo una nueva cultura política.

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