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Lo que Niza y el mundo no olvidará

Enrique Aparicio
11 de septiembre de 2016 - 02:00 a. m.

El pequeño Pierre de tres años estaba maravillado cuando el cielo se iluminó de luces multicolores.

Sin distinguir claramente entre el mundo real y la fantasía comenzó a viajar por las estrellas amarillas, rojas y brillantes.  De pronto oyó la voz de su hermanita Françoise de 7 años, la encargada de cuidarlo por unos minutos mientras los papás buscaban un sitio propicio para poder ver el espectáculo. “Ven para acá Pierre. Como eres de necio ya te dije miles de veces que debes estar cerca de mí.  Ni se te ocurra alejarte o si no me van a regañar por tu culpa.” 

El pequeño lo único que supo después es que estaba en un sitio donde muchas personas, la mayoría vestidos de blanco, corrían de un lugar a otro.  Sus padres tenían los ojos rojos y cuando Pierre les preguntó dónde estaba su hermanita, su madre hundió la cabeza en los brazos de su padre.  Solo le musitaron algunas palabras que no entendió.  A Françoise nunca la volvió a ver.  Luego, pasado un tiempo, le explicaron que estaba en el cielo, algo que entendió menos.

Mohamed, de 31 años, había practicado.  El camino lo recorrió varias veces, el inmenso camión lo había alquilado unos días antes.  El 14 de julio, precisamente el día nacional de Francia, el espectáculo para familias, para grandes y chicos, parecía ser como el de todos los años.  Los fuegos artificiales serían el show central.  Las caras de familias inocentes, ajenas a las cuestiones de extrañas ideas de dioses, política y fe, se habían dado cita en el famoso Boulevard de los Ingleses que bordea el mar.

Los gritos y el crujir de huesos comenzaron a ser el escenario que el camión de Mohamed dejaba a su paso.  Según cuentan los periódicos quedó matriculado, por las razones que fueran, en las filas de aquellos para quienes el paraíso prometido está lleno de cosas de este mundo.  Algo curioso.  Las religiones venden el edén con lo mundano, por lo que no tendrá nada de raro que dentro de un tiempo los teléfonos celulares y las tabletas sean parte del paquete para el viaje eterno.

Al pequeño Pierre lo salvó el estar alejado de su hermanita. Una de las ruedas del camión le pasó por encima a Françoise, mientras sus padres, no lejos, miraban y no entendían.  Pierre, hizo lo que sabía hacer en estos casos cuando la soledad se apodera de un pequeño.  Comenzó a llorar. 

Hace unas semanas ocurrió el atentado.  Con mi compañera, la vida nos trajo por estos lugares.  Caminamos en forma desprevenida por el Boulevard de los Ingleses donde ocurrió la tragedia, en dirección al mercado de flores.  A mano izquierda hay un parquecito.  En el centro los bienandantes y seguramente familiares de las víctimas han dejado algún testimonio del dolor que produce la muerte y sobre todo la de los niños.   (Ver You Tube)

Lo que vive el mundo hoy en día deja ese mal sabor de la sopa mezcla de religión y política, dos ingredientes que la humanidad nunca ha logrado manejar.

La ciudad de Niza, apacible, llena de glamour, buen comer y un tiempo donde el sol es cómplice del ambiente, fue doliente de una tragedia que dejó más de 80 muertos y una gran cantidad de heridos, hoy algunos de ellos en estado crítico todavía.

El de Niza, como el resto de atentados que se cometen en el mundo, tiene poco o nada que ver con objetivos que tengan sentido si es que la violencia dinamitera pudiera justificarse.   Las bombas en las estaciones de tren o metro, o atentados como este de Niza para dar un ejemplo de primera mano, afectan a gente trabajadora, que salvo tener que camellar para pagar hipoteca y educar a la prole con los medios básicos de que se dispone, no merece ser la víctima de tanta barbarie.  Niza nunca olvidará.

Nota: Los nombres son ficticios.  El dolor por la tragedia es real.

Ver You Tube con imágenes de la Niza amable, el Paseo de los Ingleses, y el monumento a las victimas.

Que tenga un domingo amable.

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