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Lo que Viviane Morales y sus mujeres firmantes no han entendido

Catalina Uribe Rincón
22 de septiembre de 2016 - 02:00 a. m.

Los argumentos discriminatorios son casi siempre iguales. Cuando se discutía el voto femenino se aludió a las costumbres, los valores religiosos, y a algunos estudios de la época.

Se dijo, por ejemplo, que las mujeres, debido a su fragilidad innata, no podían enfrentarse al estrés que suponía la política y la toma de decisiones. Además, como llevaban consigo el pecado de Eva, estaban destinadas a conducir a los hombres a la tentación y a la guerra. Finalmente, que su emotividad las hacía irracionales.  

Más allá de ciertos juegos de poder, fue en últimas gracias a algunas mentes liberales —en el sentido literal de la palabra y no del mal llamado Partido Liberal— que un cambio hacia una sociedad más justa e inclusiva se hizo posible. Las mujeres pudimos votar porque hubo quienes vieron a través de argumentos sosos y amañados. Irónicamente, las mismas mentes que hicieron posible que Viviane Morales pudiera ser senadora, y que la cédula de las mujeres que la apoyan contara, se enfrentan hoy a ella y a sus votantes.

Morales sólo está en el poder porque se impugnaron los argumentos “naturales” a los que ella tanto apela. Ella y sus mujeres firmantes solo pueden ser partícipes de la vida pública porque hubo quienes lucharon para que la mujer pudiera ir a la universidad, votar y ejercer cargos públicos. Mucho costó que la sociedad aceptara que la mujer calladita no es más bonita. Aunque lo triste del asunto es que, si hoy se hiciera un referendo para revocar el voto femenino, es posible que ganara.

Hay quienes dicen que la sociedad está perdiendo sus valores, pero quizá lo que esté pasando es que nos estamos perdiendo en ellos. Es difícil determinar lo que es bueno y justo en cada situación, pero no es tan difícil ver lo que es cruel. Relegar a una parte de la población, rechazarla a una ciudadanía de segunda, e impedirle ayudar a una infinidad de niños que necesitan ayuda, es cruel. La crueldad de la discriminación debería poner en jaque a muchos pseudo-valores, pero al final del día es más fácil creerse un buen cristiano que de hecho serlo.

 

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