Publicidad

Logros y temores

Piedad Bonnett
20 de diciembre de 2015 - 02:00 a. m.

Emoción: eso es lo que los colombianos que anhelamos la paz sentimos al conocer los acuerdos sobre víctimas y justicia logrados en la mesa de negociaciones de La Habana.

Se trata, sin duda, del avance más importante que se ha hecho, el que más nos acerca al fin del conflicto. Valieron la pena el tiempo y la paciencia; es evidente que el dificilísimo trabajo del equipo negociador se ha hecho con enjundia, responsabilidad y excelentes asesorías. Y con la dosis de creatividad que se necesita para, apoyándose en modelos foráneos de conciliación, apartarse de ellos para pensar en la lógica interna de esta guerra colombiana tan particular. Entre otras cosas: ¿recordamos todavía cómo el expresidente colombiano que más se ha opuesto a estas conversaciones afirmaba que en Colombia sólo había terrorismo y no conflicto armado? Una formulación que implicaba elegir tan sólo el camino de la guerra, porque con terroristas no se puede negociar.

Un proceso de paz como este sólo pudo ser concebido por espíritus liberales, que creen en la tolerancia, en la necesidad de erradicar el odio y el deseo de venganza. Por hombres dispuestos a perdonar. Sí: los sapos que debemos tragarnos –que desde ya se ve que los habrá– son el precio de un descomunal esfuerzo colectivo por darles a nuestros hijos y nietos un país distinto; queda claro que la única manera de hacer la paz es con un modelo de justicia que exige concesiones, que parte de creer en la buena fe del adversario y en que lo escrito sobre el papel va a tener realización. El tema es de tal importancia que la forma de comunicar lo conseguido debe tener la mayor seriedad y responsabilidad. Y también la mayor transparencia. No suenan bien ligerezas como las del ministro del Interior cuando en un alarde de coloquialismo dice que se trata de que “los guerrilleros de las Farc (…) puedan ponerse a echar carreta en lugar de echar bala”. Al hablar así el ministro insinúa, sin proponérselo, que no se espera nada serio de los líderes exguerrilleros cuando hagan política. Y por otra parte deja transparentar su propia idea de los políticos –entre los que él se cuenta— como personas dedicadas a lo que García Márquez llamó el “blablablá histórico”.

Es inevitable que a la emoción se añadan temores. El primero: que esta sociedad tan conservadora, tan dada a radicalismos y apasionamientos, se deje llevar por las furiosas diatribas de los revanchistas, disfrazadas de escrúpulos éticos, y no refrende los tratados en las urnas. O que por el camino los enemigos de la paz le pongan zancadillas al proceso. O que los acuerdos, ya de por sí difíciles de implementar, sean traicionados, bien sea por las Farc, bien sea por los gobiernos que van a manejar el proceso. Al fin y al cabo, tenemos una larga historia de incumplimientos del Estado, de violaciones de los derechos humanos por parte de las fuerzas involucradas en el conflicto, de exterminios masivos, de nefastas alianzas. Y de falencias e inconsistencias de la justicia, como se acaba de ver en el caso del coronel Plazas Vega. ¿Cómo no temer? Yo, por mi parte, prefiero inclinarme del lado de la fe en el fin del conflicto. Y desde ya hago fuerza porque el próximo presidente sea alguien progresista, capaz de enfrentar lo que se viene. Sin duda lo más difícil.

 

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar