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Los bárbaros

Andrés Hoyos
16 de diciembre de 2015 - 02:00 a. m.

Quizá el poema más famoso de Kavafis sea “Esperando a los bárbaros”.

 Lo citaría in extenso aquí porque raramente la poesía adquiere dimensiones comparables, pero se me iría la columna. Baste con decir que en él la voz neutra de un paisano de la decadencia griega describe la larga espera que los habitantes de una innominada provincia hacen de los bárbaros, para concluir, de repente, con tremendo desconcierto, que los bárbaros ya no vendrán. “¿Y qué va a ser ahora de nosotros sin los bárbaros? / Esa gente, al fin y al cabo, era una solución”.

Nuestros bárbaros, que tantas veces durante medio siglo anunciaron su llegada, tampoco vendrán. Sucede que después de tres años largos de negociaciones, los colombianos ahora sí estamos ad portas de un acuerdo de paz, que –bueno, malo, magnífico, razonable o pésimo– casi con seguridad se firmará en 2016. Semejante perspectiva nos agarra con los ánimos agitados y las pasiones al rojo vivo, atizadas por la vieja amenaza de los bárbaros. Conviene entonces aprovechar este fin de año para dejar que las pasiones se enfríen un poco y a partir de enero mirar con ojos, ojalá frescos, lo que viene. Dicho de otro modo, el pesimismo que hoy miden las encuestas, la exaltación de las columnas que salen en los periódicos y la taquicardia que sentimos en la más inocente sobremesa no tendrán vigencia en unos pocos meses, una vez el tratado de paz sea un hecho cumplido.

El conflicto, en la forma de una guerra prolongada de mediana intensidad, nos ha marcado en casi todos los frentes a casi todos los colombianos por lo interminable. Yo, que soy veterano, era un niño cuando se dio el primer tiroteo por allá en 1964. Sí, claro que un porcentaje no despreciable de las Farc y luego del Eln migrará hacia una actividad 100% criminal. Eso, que ya pasó con los paramilitares, se da por descontado, pero no habrá en lo más remoto de las montañas ejércitos guerrilleros de mando unificado y con una estrategia definida de toma del poder. Cambiaremos un problema estratégico por un problema de policía, parecido al que tienen otros países en nuestro continente.

Con la paz, el centro de gravedad de la política colombiana se desplazará hacia el centro, e incluso habrá oportunidades para una izquierda moderna, cualquier cosa que ello quiera decir. No por otra razón siente uno a los furibistas y demás adeptos de la derecha extrema tan desesperados, pues el espacio en el que ellos se movían a sus anchas y en el que obtenían cerca de siete millones de votos por un candidato que ni siquiera era dueño de su propia candidatura corre el riesgo de volverse marginal.

No es que nuestros bárbaros hubieran sido una suerte de “solución”, como decía Kavafis, pero sí nos permitían definirnos en contraste con ellos. Lo hacían sobre todo los extremistas del lado opuesto, que asumieron el reto de la guerra sucia con furor. El lema era: vamos a ver quién es más macho, vamos a ver quién es más duro, vamos a ver quién es más despiadado. Firmada la paz, estos espejos deformantes de la violencia se romperán y nos tocará reconstruir nuestra imagen con los ojos puestos en el futuro, por incierto que parezca, no en el pasado. Bien vista, dicha perspectiva encaja en la definición clásica de oportunidad, y las oportunidades uno las toma o las deja. Tomemos esta.

andreshoyos@elmalpensante.com, @andrewholes

 

 

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