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Los campesinos de Hume

Mauricio García Villegas
27 de febrero de 2016 - 02:00 a. m.

En su Tratado de la naturaleza humana (1739) David Hume cuenta el siguiente episodio entre dos campesinos:

“Su cosecha de trigo madura hoy, la mía madurará mañana. Es provechoso para ambos que yo trabaje hoy con usted y que usted me ayude mañana. Pero yo no siento ningún aprecio por usted y estoy seguro de que usted tampoco siente aprecio por mí. Así las cosas, me tienen sin cuidado sus asuntos. Si hoy trabajo para usted esperando que usted haga lo mismo conmigo, estoy seguro de que no obtendré su gratitud cuando mi cosecha esté pronta. Resultado: dejo que usted trabaje solo y espero que usted me trate con la misma moneda. La estación cambia y ambos perdemos nuestras cosechas por la falta de confianza mutua y seguridad”.

Este caso sencillo muestra cómo la gente no siempre valora bien lo que le conviene. La antipatía que el campesino A siente por el campesino B le nubla su entendimiento y lo conduce a perder su cosecha. Si ambos campesinos se hubiesen ayudado, a pesar del rencor que se tienen, habrían salvado sus cosechas. Más aún, si eso hubiese ocurrido, en el futuro y gracias a esa experiencia colaborativa, es probable que cada uno hubiese terminado mejorando la opinión que tiene del otro. Esto demuestra que así como la desconfianza desencadena un círculo vicioso (usted me cae mal; creo que me va a hacer daño; por eso lo trato mal y por eso usted me hace daño y por eso usted me cae mal) la confianza crea un círculo virtuoso (usted me cae bien, creo que no me hará daño, por eso lo trato bien y usted me trata bien y por eso usted me cae bien).

Digo todo esto pensando en el discurso del ministro Juan Fernando Cristo esta semana en el Congreso, donde se lamentó del odio y la mezquindad que esgrimen los opositores al proceso de paz. Tal vez el ministro tenga razón en denunciar a sus contradictores, pero no creo que pueda evitar que a él y a su Gobierno se les acuse de lo mismo. Hay que reconocer, sin embargo, que en materia de aborrecimientos ha sido el uribismo el que ha contribuido con la mayor parte.

El hecho es que este intercambio de odios puede conducir al fracaso de las negociaciones o, en su defecto, al fracaso del posconflicto. Para sacar adelante un proyecto de pacificación nacional se necesita un mínimo de confianza entre las partes involucradas. Sin ese mínimo todo puede fracasar y el resultado final puede ser que todos salgan perjudicados, incluidos aquellos que se oponen al proyecto de pacificación.

Este problema no se soluciona con un llamado a la hermandad o al amor entre los contrincantes. Eso lo pueden intentar las religiones en sus comunidades. Pero en una sociedad grande, compleja y multicultural como la nuestra, hay que encontrar una solución intermedia entre el amor y el odio. Esa solución es el respeto. La antipatía no excluye el respeto. Más aún, respetar a quien le cae a uno mal no es malquererlo menos o empezar a estar de acuerdo con él. Es tan solo reconocerlo como persona y estar dispuesto a entablar un diálogo franco con él, si es necesario.

Para volver a los campesinos de Hume, el cultivador A no tiene que dejar de despreciar a B para tomar la decisión de ayudarle con su cosecha, solo tiene que saber que con esa ayuda ambos saldrán beneficiados. Uno de los contrasentidos de este proceso de paz es que mientras finalmente el Gobierno y las Farc lograron sentarse a negociar, las dos cabezas visibles del Gobierno y de la oposición (Santos y Uribe) se odian y no se hablan. Tal vez es que no se dan cuenta de que si cada uno colabora con el otro (sin dejar de sentir la antipatía que siente el uno por el otro) ambos pueden salir ganando.

 

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