¿Matar a quién?

Aura Lucía Mera
21 de marzo de 2016 - 08:07 p. m.

Pensaba dedicar esta columna a la Semana Santa, semana de pasión, muerte y resurrección; semana que se inició el domingo con procesiones de palmas y ramos. Ya no quedan burros.

Sigue su curso con días en que se supone que los católicos reflexionemos, guardemos ayuno, no pequemos, pensemos en las atrocidades que le hicieron a Jesús hasta clavarlo vivo en una cruz de madera, lloremos el viernes a las tres en punto de la tarde y luego festejemos su resurrección, base y esperanza de nuestra religión.

Pero la declaración o aullido del presidente Santos a bordo de una nave en San Andrés invitando a “matarnos” para defender la soberanía me saca de mis planes santos y me pone los nervios de punta con esta invitación non sancta.

¿Matar a quién? ¿A los togados de La Haya ? ¿A todos los nicaragüenses? ¿O solamente a Ortega ? ¿Quiénes matarán? ¿Los isleños —que son los que están más cerca— o todos los del interior, llevados en barcos de guerra para lanzar cañonazos? ¿Quién dirigirá la guerra? ¿Los que están en La Habana hablando de paz? ¿O los del Eln, que siguen en combate y a los que se les podría pedir el favor? ¿O tal vez las bacrim, que siguen accionando sin que nadie les diga nada y no han entregado sus fierros? ¿O seremos todos los 40 millones de colombianos, que avanzaremos cual pelotón unido con pegatodo para invadir y destrozar al enemigo? Y si el enemigo es un togado holandés, ¿mandaremos al de la moto? ¿O a algún Ph.D. en sicariato que lo puede matar hasta desde una bicicleta?

¿Tendremos necesidad de plebiscito para lanzarnos al ataque? ¿O simplemente, como en Fuenteovejuna, todos a una? ¿Bastará que Santos, el adalid de la paz, nos ordene atacar para disfrazarnos de camuflado y defender con nuestra sangre la soberanía? ¿Los de la tercera edad también tendremos que obedecer? ¿Y los de estrato ocho también? ¿Será necesario vender las joyas o con la venta de Isagén ya es suficiente para armarnos a todos? ¿Las mujeres nos quedaremos cuidando los niños? ¿O iremos al frente para encargarnos del rancho y sanar los heridos?

No sé qué pasará. Que nos avisen con unas horitas de anticipación para tener la mochila lista. Me pregunto cómo nos diferenciaremos del enemigo, porque los nicos son igualitos a nosotros, y como en las guerras no se habla, pues no podremos distinguir el cantadito.

Mientras llega la orden, vuelvo a concentrarme en estos días santos —a lo mejor los últimos que nos quedan—. El jueves visitaré algún monumento, el viernes ninguno porque los tapan, y el sábado me lo gozaré porque Jesusito de mi vida ya resucitó y Él es el que me cuida y me quiere, el profeta del amor, el de la paz, el que nos enseñó a amarnos los unos a los otros y no a matarnos. Y de paso rezaré para que le devuelva la sanidad mental a Santos, el de acá, que, según parece, se le contagió la demencia de Uribe.

Posdata: que nos aclaren, ¿estamos en son de guerra o en son de paz? ¿Redoblan los tambores o vuelan las palomas? ¡Simple curiosidad!

 

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