Mitología

José Fernando Isaza
15 de junio de 2016 - 08:09 p. m.

Las palabras, como los objetos, por exceso de uso por desgastarse y perder su función o fuerza original.

Estamos casi saturados de “posconflicto”, “innovación”, “creatividad”, “competitividad”, “tecnología de punta”, “emprendimiento”. Pocos años antes, el uso indiscriminado de términos como “globalización”, “jugadores de clase mundial”, los fue dejando en el camino. Muchos lectores no muy jóvenes recuerdan como se fueron desgastando “Excelencia”, “Servicio al cliente”, “Justo a tiempo”, “Liderazgo”.

Para evitar agregar más palabras banalizadas que debo retirarlas de mi léxico; con el consiguiente rechazo de conocidos líderes innovadores, que con su creatividad han podido dar conferencias, bien pagadas, sobre cómo construir empresas innovadoras de talla mundial en una economía globalizada canalizando el emprendimiento; sin olvidar la búsqueda de la excelencia y la satisfacción del cliente; decidí leer menos informes, poco originales, y preparar las clases de ciencia ficción.

Los textos clásicos y en especial los sagrados son pródigos en mezclar la fantasía con la ciencia ficción y la realidad. Los antiguos griegos son maestros en ese arte, la Ilíada y la Odisea ponen en escena hombres, dioses y semidioses. Los historiadores griegos mezclaban el parlamento de los hombres con el de los dioses. Dejaban claves lingüísticas para conocer cuándo lo que narraban era historia y cuándo ficción. Los dioses, como un exalcalde de Bogotá y un procurador, hablan empleando la primera persona del plural, el llamado plural mayestático, de amplio uso por los jerarcas eclesiásticos.

La Biblia es prodiga en relatos de ciencia ficción, naves espaciales que llevaban al cielo profetas, tsunamis creados a voluntad en mares estrechos para permitir el paso del pueblo elegido, astronautas que surcan el espacio uno por propulsión propia y otra con ayuda externa, murallas que colapsan por presión acústica creada por trompetas y gritos, utilización en tiempo finito de los resultados de la paradoja de Banach-Tarski, que permiten de un pez obtener miles.

Dos libros “aparecieron” para ayudarme a preparar las clases. El evangelio de acuerdo a la ciencia ficción, del teólogo Gabriel McKee, y Ciencia ficción sagrada, de Paul Nahin, Ph.D en ingeniería eléctrica. Reseñan múltiples novelas, cuentos, películas que tratan de la interrelación de la ciencia ficción y la religión.

Hay un cuento impactante y alejado de la corrección político religiosa. Puede traducirse como la “Estrella de Belén”. Para anunciar el nacimiento de su hijo, el Creador utiliza un fenómeno cósmico que fuera visto por los hombres sabios; así hace explotar una estrella situada a unos cientos años de luz de la Tierra. Por supuesto, ajusta el tiempo de explosión de la supernova para que esta sea visible en el momento del nacimiento de Jesús. Se sabe que al agotar una estrella su energía, explota como una gigante roja y si la masa es grande puede convertirse en una enana blanca o en un agujero negro. Hay registros históricos de cielos iluminados por estas explosiones. La estrella que explotó para anunciar el nacimiento del redentor poseía un sistema de planetas con similitudes al sistema solar. Tal vez por algo de imprevisión, cuando estalla la supernova destruye un planeta similar a la Tierra en el cual vivían 6.000 millones de alienígenas con sistema neuronal que les permitía pensar.

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