Momento para el liderazgo colectivo

Alvaro Forero Tascón
19 de diciembre de 2016 - 02:00 a. m.

A la salida de la reunión con el papa Francisco, Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos se aseguraron de aparecer como líderes fuertes.

 El expresidente Uribe reiteró su discurso político frente a los acuerdos de paz, como para que nadie pensara que el papa lo había hecho recaer en su pensamiento de hace unos años, cuando dijo ante el mundo que “la paz definitiva es la mejor justicia”. Y el presidente repitió que está abierto a dialogar sobre la implementación de los acuerdos porque éstos ya están aprobados.

Era de esperarse. El mito popular es que el buen líder es quien se impone sobre sus pares. Que la fortaleza del líder es lo que consigue resultados positivos. En Colombia, a pesar de décadas de esfuerzos por erradicar el pensamiento caudillista y populista latinoamericano que potenció a Gaitán y a Laureano, y que desembocó en La Violencia, de los buenos resultados económicos y sociales que produjeron el institucionalismo del Frente Nacional y líderes democráticos como Lleras, Barco y Gaviria, el apego por el liderazgo “fuerte”, carismático, resurgió a principios de este siglo y continúa dominando el imaginario político y mediático.

“El mito del líder fuerte, liderazgo político en la era moderna” es un libro del profesor de la Universidad de Oxford Archie Brown, que está recibiendo mucha atención porque Bill Gates lo recomendó como uno de los mejores del año. Dice Gates a propósito del libro: “a pesar del convencimiento general de que la fortaleza constituye un factor positivo, y que un líder fuerte es un buen líder, los líderes que concentran todo el poder de decisión en sus manos no son necesariamente los mejores, al contrario, los que marcan la diferencia y cambian para mejor la vida de millones de personas son aquellos que buscan colaboración, que delegan y negocian, aquellos que asumen que una sola persona no tiene todas las respuestas”. De los líderes modernos que analiza el libro, el billonario filántropo escoge uno —Adolfo Suárez— para destacar que “vio la necesidad de dar prioridad a que la izquierda, el Partido Socialista y el Partido Comunista emergieran al escenario político” y “convenció a un Parlamento que provenía de la época de Franco para ser sustituido por otro resultante de unas elecciones”.

Sostiene Brown, quien estudió en profundidad a muchos líderes políticos a través de la historia, que “mucho más deseable que el modelo del líder político como superior, es el liderazgo colectivo”. Agrega que “liderazgo individual fuerte significa cosas diferentes en contextos diferentes. No es solo menos apropiado de lo que es creído ampliamente, sino que frecuentemente es diferente de lo que pretende ser. Los líderes también son seguidores, y aunque se precien de pararse frente a un grupo, pueden estar inclinándose ante otro. En una democracia la fortaleza promocionada del líder es muchas veces un artificio o una ilusión”. Brown prefiere separar los líderes entre “redefinidores” y “transformacionales”.

Tanto Uribe como Santos lograron ya su principal objetivo político. La pregunta es si su puesto en la historia peligra por colaborar o por combatirse. Lo más seguro para ambos y beneficioso para el país sería encontrar un esquema de liderazgo colectivo que reparta los beneficios políticos de sus legados.

 

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