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Nadie como tú

Arlene B. Tickner
09 de febrero de 2016 - 08:58 p. m.

La portada de la revista Semana (titulada “Mi nuevo mejor amigo”) y el dictamen de que Paz Colombia constituye un giro de 180 grados, refleja el sentir equivocado pero algo generalizado de que la relación con Estados Unidos se volvió menos importante, más autónoma y menos securitizada durante el gobierno de Juan Manuel Santos.

Éste vistió la política exterior con ropa distinta al priorizar a los vecinos, reivindicar la diversificación política y comercial, abandonar el lenguaje antiterrorista y desenfatizar a Washington. La actitud adoptada por el presidente también marcó una ruptura. En lugar del cortejo activo practicado por Álvaro Uribe, sobre todo en lo relacionado con el tratado de libre comercio y la lucha contra el terrorismo y el narcotráfico, Santos notificó que los dos países hablarían “de tú a tú”. Para que no quedara duda sobre la nueva asertividad colombiana, se dejó languidecer el polémico acuerdo sobre las bases militares, se hizo saber que Colombia no esperaría para siempre la ratificación del TLC, se mantuvo a Estados Unidos alejado del proceso de paz y se cuestionó la sensatez de la “guerra contra las drogas”.

En lo que a seguridad respecta, la relación bilateral se fue profundizando por un carril paralelo. Con el inicio de un diálogo de alto nivel, en cuyo corazón está la cooperación triangulada con Centroamérica y otros lugares afectados por el crimen organizado, Santos pudo materializar lo que casi todo mandatario colombiano sólo ha soñado: la suscripción de una asociación estratégica con Estados Unidos, basada en supuestos intereses comunes, confianza mutua, reciprocidad y acciones conjuntas que van más allá de las fronteras de ambos países.

Como ocurre con toda asociación estratégica caracterizada por grandes desigualdades de poder, la de Colombia con Estados Unidos es una relación en la que coexisten la asimetría y la dependencia con la adquisición de márgenes mayores de maniobra. No de otro modo puede explicarse que los gestos de “rebeldía” de Santos frente a la fumigación con glifosato o la extradición no hayan suscitado castigo alguno por parte de Washington.

Sin embargo, a diferencia de México, el único otro país latinoamericano que comparte el mismo estatus, a Colombia no le conflictúa ser dependiente o, en el caso de la exportación de su experticia en seguridad (que se deriva del entrenamiento estadounidense), fungir incluso de caballo de Troya. Todo lo contrario, la celebración reciente en la Casa Blanca, que en el fondo buscó confirmar la existencia de esta relación “especial”, expuso el orientalismo autoimpuesto de las élites políticas, económicas y sociales de este país, así como su profundo proamericanismo. Qué pensarán de una Paz Colombia así concebida los nuevos comensales en la mesa del posconflicto, como los guerrilleros desmovilizados o las víctimas, es tema de otra columna.

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