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No hagas a los demás lo que no quieres que te hagan

Juan Manuel Ospina
19 de noviembre de 2015 - 02:56 a. m.

El terrorismo no tiene ninguna justificación, pero sí puede tener una explicación y, si ésta no se entiende, el remedio aplicado puede agravar el mal.

La carnicería que se vivió en París y la fuga masiva de sirios hacia Europa tienen causas comunes que hunden sus raíces en el autoritarismo e irresponsabilidad con que Inglaterra y Francia se repartieron los restos del gran imperio otomano, desintegrado luego de la Primera Guerra Mundial. Sobre las ruinas imperiales, los europeos impusieron un nuevo estado de cosas en términos de fronteras, de organización del Estado y de la prédica de su discurso de los derechos humanos y del mercado. Los franceses se inventaron a Siria y El Líbano, los ingleses a Irak y Palestina y allí le abrieron las puertas a lo que veinte años después, sería el Estado confesional de Israel.

Dejaron la mesa servida para que chiitas y sunnitas, ambos musulmanes, empezaran su guerra a muerte, a la sombra de Irán y Arabia Saudita, rivales a muerte por el liderazgo musulmán y alimentadores permanentes del conflicto. Una guerra que se inserta en el sentimiento nacional árabe, herido por el manejo colonial de las potencias que fue despreciativo o ignorante de las viejas realidades presentes en la región, desde mucho antes de la llegada europea. Sentimiento permanentemente avivado por la existencia del Estado judío. Guerras van, guerras vienen. En esos “Estados inventados” reinan gobiernos autoritarios según criterios occidentales —el “despotismo oriental” no es un cuento—, que con mano dura enfrentan las tensiones y conflictos nacidos en buena medida del desbarajuste provocado por la intervención europea. Gobiernos sostenidos por europeos y norteamericanos para garantizarse su abastecimiento de petróleo.

Hace 20 años la situación hizo crisis por el petróleo —la guerra entre Irán e Iraq, la invasión iraquí a Kuwait…— y terminó en la invasión norteamericana a Iraq y el derrocamiento de Sadam Hussein; se exacerba entonces la guerra interna chita-sunita y Estados Unidos queda en la mitad de un fuego que aunque provocó no era suyo. De esa guerra e intervención norteamericana provienen los grupos extremistas que hoy estremecen al mundo. Las intervenciones norteamericanas destruyeron al Estado libio montado sobre viejas estructuras tribales, sumieron a Iraq en una guerra civil, mientras que Siria se destruye y la población huye y crece el número de los jóvenes guerreros, terroristas y suicidas. Sobre ese caos provocado se levanta el temible proyecto de califato de ISIS.

La solución es bien complicada y necesita decisiones de alta política, que distingan ente lo inmediato y lo estratégico, devolviéndoles el espacio que reclaman las realidades árabes, pisoteadas por los intereses cortoplacistas de europeos y norteamericanos que no han entendido, o no han querido entender, que en el fondo es un problema entre árabes y que con su intervención y sus intereses solo complican más las cosas. Si Occidente los deja en paz, encontrarán la salida. Además es la única manera de que Israel pueda definitivamente incorporarse a su entorno, a condición de enterrar su discurso sionista, que es imperialista y guerrero. Los sirios deben definir la suerte de su gobierno, y solo entonces será posible retirar del fuego el caldero donde se cocina la migración desesperada a Europa y los prácticamente inatajables terroristas suicidas, que ya tienen en sus filas a jóvenes no árabes en ruptura con un Occidente que nada les ofrece, ni material ni espiritualmente; los jóvenes son idealistas, así ese idealismo a veces destile sangre.

Pensando en esta situación, percibo que tiene una afinidad con la nuestra surgida también de la imposibilidad para reconocer y respetar las diferencias y desigualdades que caracterizan a nuestra realidad como nación, que lleva al desconocimiento de derechos y a la invisibilización de poblaciones, producto del afán por imponer la visión/ilusión de un país homogéneo.

 

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