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Opciones abiertas

Francisco Gutiérrez Sanín
19 de mayo de 2016 - 08:02 p. m.

Vivimos, por desgracia, tiempos hiperactivos. Y la agenda de nuestra política se está agitando hasta el paroxismo. ¿Mucho calor y poca luz? Puede. Pero el calor abriga o quema, dependiendo de la situación y los grados, así que no podemos exigirle a nadie que lo ignore.

La semana trajo un alud de noticias, algunas bastante buenas. Entre las importantes, la primera es el articulado para garantizar la estabilidad jurídica de las personas directamente involucradas en el conflicto. No soy abogado, así que no puedo emitir ninguna opinión sobre su relación con nuestro ordenamiento jurídico; políticamente, me parece una fórmula bastante afortunada. De la Calle apuntó al corazón del problema cuando explicó que no se trataba de dar concesiones a las Farc, sino de pensar en cómo hacer un balance entre modelos de justicia y verdad en un país que ha tenido millones de víctimas y decenas, quizás cientos de miles, de perpetradores y cómplices de todas las procedencias (a propósito: la primera estimación, la de los millones, ya está probada; la segunda, la de los victimarios, no la presento alegremente, sino después de echar cuentas con bastante cuidado). De paso, le aclaró al país que a estas alturas las negociaciones con las Farc ya no se pueden presentar verosímilmente como un juego de suma cero. Hay intereses en común que tenemos todos los colombianos.

La segunda está relacionada con la anterior: al fin los amigos de la paz dentro y fuera del gobierno comienzan a responder como se merece al lenguaje y los gestos incendiarios de la oposición de extrema derecha. Una vez más, utilizo el término “incendiario” con algún reato. Pero la evidencia está allí: piense el lector en los epítetos que han desplegado los uribistas en el Congreso contra el acuerdo y sus personeros. De manera sintomática, apenas reciben una contestación, basada en hechos más que en epítetos, se hacen cruces y se lamentan de los ataques y las malas maneras de sus adversarios.

La tercera tiene que ver con algo que no ha ocurrido (como en el cuento de Sherlock Holmes, “El perro de Baskerville”, un dato clave es que el animal no ladró): la “resistencia civil” prometida por el caudillo aún no comienza. De hecho, ni siquiera sabemos qué contornos asumirá. Por el momento, ha consistido básicamente en radicalizar aún más el discurso. Los uribistas afirman que estamos ante un golpe de Estado, y a una dictadura, y califican al último pacto con las Farc de “narcoproyecto” o “narcomico”. Ya decían que estábamos en una dictadura, pero ahora de alguna manera es aún peor. Digamos una narco-castro-chavo-ultra-dictadura. Así que ahora utilizan un lenguaje algo más colorido; pero ya han escalado tanto el tono que no veo cómo puedan subirlo mucho más. Después de llamar a Santos narcotirano y a sus ministros narcoalgo, ¿qué más pueden decir?

Ordóñez actúa como brazo legal de la ofensiva contra la paz, con una malicia y un sesgo político tan brutales y descarados que asombra que no haya quien lo pare. Santos afirmó que el procurador no estaba por encima de la ley; pero no estoy tan seguro. Todo esto —incluyendo la campaña nacional e internacional desplegada por Ordóñez—, sin embargo, son sólo palabras. Y esas retahílas en las que se acumulan los términos extravagantes y los gestos de furia epiléptica a la larga dejan de impresionar; se vuelven caricaturas. Así que mi intuición es que en algún momento van a tener que pasar a los hechos. Todo dentro de la legalidad, ha advertido el caudillo. ¿Se mantendrán allí? Ojalá. En ese caso, el Centro Democrático podría probar las movilizaciones, una de las cuales ya le funcionó, y de pronto plantones en las calles y fórmulas análogas. La otra opción es apostar a hacer invivible la república.

@fgutierrezsanin

 

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