Pánico y locura en 2016

Alejandro Marín
16 de diciembre de 2016 - 08:46 p. m.

Fue el año de los trolls; esos seres infames ocultos detrás del anonimato y la facilidad de las redes sociales, que salieron cada cierto tiempo a la luz, convertidos, detrás de huevitos o avatares ficticios, en politólogos, periodistas, comentaristas deportivos y, en general, expertos fiscales destructores de la moral, de las buenas costumbres y del silencio como virtud. A veces durante el año, fuimos los trolls nosotros mismos.

Por primera vez en la historia un “bully” digital es presidente de los Estados Unidos; su estrategia de difamación y propagación de mentiras consolidó ésta como la era de la posverdad, en la que ya no existen los hechos sino los memes, y se reemplazaron las opiniones con los dogmas y el conocimiento por la ignorancia masiva y aceptable.

Se termina un año en que, a través del empoderamiento del usuario, cometimos los más graves errores informativos del nuevo milenio en honor a la democracia, ese "corredor amplio y vacío de plástico por el que corren ladrones y proxenetas, y en el que hombres buenos mueren como perros”. Sacrificamos la verdad a cambio de caminar juntos en fila por el pasillo de la homogeneidad, por pensar igual a todo el mundo a nuestro alrededor, permitiendo que se apoderaran de nuestras ideas las preconcepciones sin verificar, los afiches virales falsos y las noticias producidas a favor de la publicidad de los clics, y en el proceso nos volvimos esclavos de una opinión que muchas veces no fue la nuestra, sino la de “todos”. Y en el proceso terminamos más divididos que nunca, aunque a ojos de las élites tecnológicas y políticas sigamos siendo la misma masa ciega, sorda y muda.

Termina un año inclemente también para la historia, en el que favorecimos la uniformidad del consumo masivo en streaming de canciones y de la música prefabricada que los álbumes; en que murió David Bowie diciéndonos, como quien se libra de una carcasa vieja y gastada, que está feliz de irse, mientras nos deja a nosotros, equivocados, creyendo que no vamos rumbo al mismo lugar.

Un año en que los Chainsmokers fueron la banda sonora de una generación perdida en el abismo del like, la constante búsqueda de aprobación de desconocidos, y en que criticamos a los reggaetoneros no necesariamente porque fueran machistas o sexistas -aunque eso fue lo que argumentamos-, sino porque la verdad es que tienen más éxito y, en ocasiones, menos talento que nosotros. Un año de hipocresías personales y colectivas, conducido por el gobierno de Facebook y legislado por los mercaderes de la verdad en google.

“Que vivas épocas interesantes”, dicen los chinos como bendición y también como macabro hechizo. Sería mejor decir, en nuestra era, que hay que tener cuidado con lo que deseas, porque de pronto se cumple. Lo inquietante es que esas épocas interesantes que profetizan los chinos apenas comienzan.

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