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Partidos, a reinventarse

Cristina de la Torre
06 de septiembre de 2016 - 02:00 a. m.

Del neolaureanismo al leninismo, podrá el 3 de octubre empezar a desplegarse una gama variopinta de opciones políticas impensable en esta Colombia de cuasimonopolio del conservadurismo.

Con tres perspectivas que nos acercarían a las democracias en regla. Primero, la posibilidad de hacer política sin matar a adversario. Segundo, la de cualificarla  en la confrontación de estrategias para construir un país más justo, incluyente y en paz; declinarían el clientelismo y la corrupción en los partidos. Tercero, podría decantarse la tendencia en ciernes al reagrupamiento de fuerzas en dos coaliciones remitidas a los acuerdos de La Habana. Desde las derechas una, la otra, desde la centroizquierda, juegan ellas desde ya con proyección a las elecciones de 2018.

Por supuesto, un improbable triunfo del No en el plebiscito borraría de un plumazo el acuerdo de paz y allanaría el camino de regreso al régimen de la Seguridad Democrática: con su Estado policía, con su vetusto modelo manchado de sangre en el campo, con su dedo de Torquemada señalando a los hombres libres y al Anticristo que amenaza con imponernos una dictadura gay. Con su guerra, norte de la dirigencia uribista, no de quienes votarán —a medias por convicción, a medias engañados— por el No. A la vocación de cambio, civilizatoria del Acuerdo de Paz, contraponen aquellos su única carta de presentación: el conflicto. En él nació el uribismo, de él se nutrió mientras gobernó y a él apunta para volver al poder. Sin el dispositivo de la guerra le cambia a esta fuerza el contexo y queda en riesgo su existencia o, a lo menos, se reduce su capacidad de chantaje. Pero ella persiste en su plataforma, y no se ve cómo pueda reinventarse en la construcción de paz que se avecina.

Mas en la orilla de las Farc legalizadas no brilla más el sol. Reconocido su legítimo derecho a buscar el socialismo en democracia pluralista, cambiando balas por votos, no les será fácil conquistar el corazón de los colombianos. Pese a su esfuerzo por matizar el discurso en La Habana, pese a haber suscrito un programa de reforma liberal, para el jefe negociador del Gobierno esta guerrilla es “una excrecencia del pasado”, es anacrónica su ideología, e ineficaz si de resolver problemas de la comunidad se trata. Autoritaria hacia adentro por sujetarse al “centralismo democrático” —poder de jerarquía sin apelación— lo fue también hacia afuera: entre los núcleos campesinos donde tuvo mando, dejó escrita en piedra su impronta de despotismo. Acaso puedan las Farc reinventarse desde el reconocimiento y la reparación de sus víctimas, si caminan al ritmo de la izquierda más madura y versátil, si se sacuden el delirio heroico de Santrich.

Entre estos dos radicalismos, toda la gama de la política tradicional. Y, la gran promesa, una coalición de centroizquierda, que adopte el Acuerdo de Paz como programa de gobierno para sacar del atraso al campo, conjurar la injusticia social, y volver al desarrollo económico. Oportunidad dorada para una alternativa de cambio, ésta de la paz como elemento nucleador de los demócratas. Entendida la paz en sus dos sentidos: en sentido negativo, como ausencia de guerra; en sentido positivo, como posibilidad de acometer reformas de fondo en la organización de la sociedad y en la política; y como goce pacífico, universal de los derechos constitucionales.

Decisión crucial en las circunstancias: pedirle a Humberto de la Calle que vierta su liderazgo moral e intelectual en la campaña del Sí por la paz; y erigirlo en candidato presidencial por la gran alianza de centroizquierda para 2018. Sería él figura incontrastable para asegurar el cumplimiento de los acuerdos llamados a cambiar la faz de Colombia.

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