Patria

Carlos Granés
06 de enero de 2017 - 02:00 a. m.

La cosa es así de sencilla y así de compleja: dos familias que han convivido armoniosamente en un pueblo del País Vasco, acaban radicalmente enemistadas porque en una de ellas, después de sufrir chantajes, asfixia social y marginación en el pueblo donde vivió toda su vida, el padre es cruelmente abaleado por un etarra, y en la otra crece un joven nacionalista, obtuso de pensamiento pero presto para la acción, que replica los pasos de muchos adolescentes que peregrinaron de la manifestación política al sabotaje callejero, para terminar asesinando de forma brutal en nombre de la libertad del pueblo vasco.

Este es el nudo argumental de Patria, la novela con la que Fernando Aramburu ha provocado un pequeño terremoto en el mundo literario español, y que de una forma particular, aquella que sólo consigue la gran literatura, proyecta una potente luz que nos permite observar lo ocurrido durante cuatro décadas de violencia, fanatismo y desintegración social en el País Vasco. Y quien dice País Vasco podría decir Colombia, porque el drama que plantea Aramburu, aunque enraizado en los dilemas y particularidades de los nacionalismos periféricos españoles, es universal y toca de cerca a una sociedad como la colombiana, a punto de dejar una guerra de 50 años. Porque Patria muestra lo que ocurre en lugares de alguna manera arcaicos y dominados por una impredecible cerrazón intelectual, donde una imagen deformada de la realidad queda plasmada en unas cuantas consignas —no somos libres, el Estado nos oprime, los españoles nos odian— que se promulgan sin contrapesos en todos los espacios de socialización, desde el bar hasta la iglesia.

Joxe Mari, embrión de etarra, confunde el amor a su tierra con la obligación de inmolarse y matar en nombre de una libertad que nunca obtendrá porque nunca la ha perdido. En su periplo asesino se irá llevando por delante la vida de ocho personas, no sólo la del Txato, su vecino y víctima, y la de su familia, sino la de su propia madre y sus propios hermanos, que tendrán que amoldarse al hecho de tener un etarra en la familia. Aunque suele creerse que los padres tienen un gran influjo en los hijos, son los hijos los que a la larga influyen más sobre los padres. La madre de Joxe Mari sufre una transformación similar a la de su hijo. El amor de madre, esa imperante y desesperada necesidad de justificar al hijo, es, mucho más que la ideología, la que incuba en su interior un odio hacia enemigos ilusorios. Ella es el personaje más patético y conmovedor de la historia. La que desfigura la realidad para darle la razón al hijo, la que explica el sacrificio de su amigo en nombre de la utópica liberación de Euskal Herria.

En el extremo opuesto está Bittori, la esposa de la víctima, que dedicará sus años finales a reconciliarse con su pueblo que la marginó y la familia de Joxe Mari. Depuesto cualquier deseo de venganza, sin ningún interés en ser reconocida como víctima del terrorismo, sólo busca dos cosas: saber si Joxe Mari fue quien le disparó a su esposo y una carta en la que apareciera la palabra perdón. Verdad y reparación. Cualquier parecido con el caso colombino no es pura coincidencia.

Aramburu estará en el Hay de Cartagena. Quien pase por ahí, no se lo puede perder.

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