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Peñalosa a la deriva

Juan Manuel Ospina
26 de mayo de 2016 - 02:00 a. m.

¿Qué confianza puede dar una persona a quien denuncian por falsificar sus conspicuos diplomas de estudios de posgrado, que debían darle aún más relumbre a su hoja de vida de experto innovador en temas urbanos, mundialmente aclamado?

En Bogotá, esa sabiduría está resultando tan increíble como sus falsos títulos. Entre los ciudadanos crece la impresión que con Peñalosa les metieron gato por liebre; empieza a oírse, todavía en voz baja y en corrillo de amigos, el deseo de revocarle su mandato.

Ya en su primera administración poco faltó para ello; hoy la situación puede ser más peligrosa para la permanencia del alcalde en el cargo, por dos razones que marcan una diferencia profunda con las circunstancias que entonces enfrentó. La primera es que con su pobre gestión viene sirviéndose en bandeja de plata a una oposición liderada por un duro de la política, ese sí con apoyo en la opinión, Gustavo Petro, que no desaprovechará ni una falla de Peñalosa para avanzar en su objetivo, la Presidencia de la República, máxime cuando el poder detrás del alcalde es Vargas Lleras, formidable contendor en la carrera presidencial; Petro aprovechará a fondo la mala hora de Peñalosa para golpear la imagen de Vargas Lleras.

La segunda razón es el enorme cambio que se ha dado en los últimos años con las redes sociales que impusieron una nueva y efectivísima manera de comunicarse y de movilizarse los ciudadanos; en las redes han vuelto ropa de trabajo al flamante alcalde, que con todo y su modernismo no ha entendido ese cambio que es fundamental para el gobernante y que puede costarle caro. Petro en cambio es amo y señor de las redes.

Tenemos un alcalde aislado del ciudadano, lejano y silencioso, rodeado (o será mejor decir, capturado) por una camarilla de tecnócratas autoritarios y soberbios -en eso se parecen a su protegido-, que funge de guardia pretoriana; creen saberlo todo, merecerlo todo; se ven a sí mismos como seres predestinados, superiores a todos los demás en sabiduría, honradez, eficiencia y compromiso con la ciudad. Aislados de un mundo que los rodea y reclama, pueden acabar encerrados en sí mismos hasta estrellarse, como les sucede a los pilotos que se “encabinan” y se matan.

¿Finalmente qué quiere el alcalde? Está claro que no quiere un metro que sea solo subterráneo como de manera arbitraria había decidido Petro, en ese punto tiene toda la razón; quiere vender lo que le compren empezando por la ETB, punto en el cual se equivoca en materia grave; en sus declaraciones tanto el alcalde como el gerente Castellanos dejan el sabor de que no es clara la razón; dejan la duda de si finalmente la empresa le sirve o no a Bogotá; la ciudad ha hecho enormes y necesarias inversiones de modernización, cableado de fibra en especial, pero le falta oxígeno financiero para terminar un proceso importante para el futuro de la ciudad y el bienestar de sus habitantes; es de sana lógica entonces que la solución no es venderla sino buscarle un socio con músculo financiero y tecnológico, para el bien de Bogotá; su venta no está justificada, es una mala decisión, que desde siempre ha propugnado Peñalosa, un privatizador que hace palidecer a César Gaviria.

Quiere ser el gran urbanizador, con proyectos etéreos, pero con intereses claros y concretos que cuentan con el beneplácito de Vargas Lleras. Aunque Chávez, la revelación ciclística en el Giro de Italia, piense lo contrario, Peñalosa ama la bicicleta y los ciclistas son su ejemplo acabado del nuevo ciudadano con el que sueña, ecológico y sano. Pero al mismo tiempo banaliza una necesaria discusión sobre los humedales -tan bogotanos como sus cerros tutelares-, con la manera despreciativa y autoritaria como ha abordado el delicado asunto de la Reserva van der Hammer, donde hace años sueña con grandes proyectos urbanísticos, no propiamente para resolver el déficit crónico de vivienda que padece Bogotá. Ello nuevamente con el beneplácito de su mentor político.

Para terminar este recuento, especie de memorial de agravios, nuestro alcalde olvida que el camino correcto para abordar el tema de la buena administración pública y de la efectiva participación de las comunidades en la definición y construcción concreta de su futuro, al liberarlas de las garras del clientelismo político y de las arbitrariedades de una tecnocracia lejana de sus intereses, es el fortalecimiento de las localidades y de los barrios que las conforman, dándoles (¿devolviéndoles?) capacidades institucionales y humanas, recursos y responsabilidades; en cambio, como en su pasada Alcaldía, busca recentralizar recursos, responsabilidades y capacidades dizque para garantizar transparencia y eficiencia. Surge el invencible espíritu de un autoritarismo tecnocrático, que no es ni eficiente ni transparente, enfrentado a la voz y la acción ciudadana responsable, la que finalmente cuenta.

Peñalosa cada vez más solo y más aislado en su torre de marfil rodeado por su guardia pretoriana. Preocupante para él, pero también para la ciudad y sus gentes.

 

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