Perpetuando la pobreza y la desigualdad

Mauricio Botero Caicedo
15 de enero de 2017 - 02:00 a. m.

¿Es la meta de eliminar la pobreza y la desigualdad de manera simultánea una quimera?

Todo parece ser que lo es y las sociedades que han buscado lograr las dos metas simultáneamente suelen terminar tan pobres como desiguales. La profesora de la Universidad de Illinois Deirdre McCloskey, en reciente artículo en el New York Times (Dic. 25/16), explica de manera sucinta y coherente por qué las sociedades que enfocan sus políticas en la búsqueda prioritaria de la igualdad no logran eliminar la pobreza. “Lo que verdaderamente importa”, argumenta la autora, “es que todos los ciudadanos tengan con qué comer, qué ponerse y un techo bajo el cual dormir. La distribución igualitaria de Rolexes no tiene ninguna trascendencia”. Para el filósofo de la Universidad de Harvard John Rawls, “si el empresario ha sacado a alguien de la pobreza, el que tengan ingresos diferenciales tiene justificación plena”.

A finales de la década de los 50, Cuba era uno de los países más ricos de América Latina. Corea del Sur, por el contrario, acababa de superar una sangrienta guerra y era una de las naciones más pobres del mundo. Cuba, bajo la batuta de los hermanos Castro, tomó la senda del socialismo, buscando ante todo la igualdad, y en su mal concebido afán igualitario, los Castro convirtieron a la isla caribeña en una de las sociedades más pobres del mundo. Los coreanos, a la inversa, buscaron como prioridad el crecimiento económico y hoy esta nación asiática es uno de los países más ricos del mundo. Mientras los pobres en Corea del Sur multiplicaron sus ingresos reales por un factor de 30 veces, los cubanos hoy difícilmente tienen con qué mal comer.

Para la autora del artículo anteriormente citado, el buscar exclusivamente la igualdad, como lo han demostrado las sociedades comunistas, implica el uso de la violencia y la sociedad termina nivelándose por lo bajo. Si el taxista y el cirujano cardiovascular tienen por decreto los mismos ingresos, es obvio que la sociedad va a terminar con más taxistas que los que necesita y menos cirujanos que los que aspira. Según los cálculos de la economista, si forzosamente se expropiara las fortunas del 20 % más rico de la sociedad para entregárselas al 80 % más pobre, el bienestar de estos últimos aumentaría en un 25 % por una sola vez. La sociedad que no tiene ricos, por definición sólo tiene pobres. Y ese sería el resultado de una expropiación arbitraria como la proponen tanto los socialistas y populistas como un número importante de los mal llamados “formadores de opinión”.

Una sociedad que no enfoca sus prioridades en eliminar la pobreza por medio del crecimiento y que pretende acabar con la desigualdad por medio de leyes y decretos, es una sociedad condenada al atraso y a la pobreza, porque al tratar de lograr ambos objetivos de forma simultánea —objetivos aparentemente tan altruistas como atractivos— termina logrando resultados diametralmente inversos. De lo que se trata es de buscar que ningún colombiano esté por debajo de la línea de la pobreza. Para Angus Deaton, el progreso y la desigualdad son dos caras de la misma moneda, fenómenos que se persiguen y alimentan entre ellos. Reducir las desigualdades es un deber; demonizarlas es inútil, incluso perjudicial si del mito de la igualdad se sirvieran, como muchas veces se sirven, regímenes políticos que perpetúan las malas instituciones, como los chavistas y, por tanto, la pobreza.

 

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