Pilo

José Fernando Isaza
24 de noviembre de 2016 - 02:00 a. m.

Algo se ha avanzado. La anterior ministra de Educación, Gina Parody, fue “inmolada” para apaciguar los odios de quienes se consideran dueños de una forma de moral. Años atrás, con seguridad, hubiera sido acusada de bruja y hereje; tiene dos características para pertenecer a ese conjunto: inteligencia y belleza; habría sido quemada ante la mirada complaciente de los inquisidores, maestros de algún procurador del siglo XXI.

Un programa fruto de su gestión es Ser Pilo Paga; ha sido objeto de críticas y elogios. Julián de Zubiría, en Semana Educación, hace un análisis muy crítico, pero ponderado, con una visión del riesgo social de concentrar en unos pocos meritorios los beneficios de una política. Me aparto de algunas de sus conclusiones.

El programa no atenta contra las finanzas de las universidades públicas; la gran mayoría de los “pilos” escoge una universidad privada, aunque el puntaje del Saber 11 les garantizaría el cupo en una universidad pública. El resultado es que se generan cupos adicionales en las públicas, lo que permite a estudiantes no tan “pilos”, pero de buen nivel académico, acceder a ellas. Los cupos totales de las universidades públicas han estado congelados por restricciones presupuestales.

El maximalismo no es necesariamente conveniente. Sería deseable que todos los estudiantes que terminan bachillerato puedan ingresar en la educación superior. De los 550 mil graduados anualmente, 480 mil pertenecen a los estratos 1, 2 y 3 y los cupos de las universidades públicas deben estar del orden de los 180.000; la mayor parte queda sin posibilidad de acceder a educación superior de calidad. El programa Pilo permite reducir en 10.000 estudiantes ese número que de otra forma no tendrían acceso. Desde el punto de vista de equidad es injusto que el presupuesto nacional no garantice el derecho a la educación superior; las prioridades son otras: la guerra, el subsidio a los productores de biodiésel y etanol, el despilfarro en obras como Reficar, los excesos de costos de las Cortes, del Congreso, etc. Mientras el país avanza en un camino de asignación del gasto que reduzca la concentración del ingreso, pueden ser más convenientes programas parciales de retribución del ingreso, que ninguno. Es válida la inquietud de que el programa puede disminuir el ingreso de los estudiantes más capaces a las universidades publicas, pero al matricularse en las privadas acreditadas, se convierten en catalizadores para promover mejoras en la calidad de estas.

Esbozo una hipótesis de por qué los “pilos” escogen mayoritariamente la universidad privada sobre la pública, a pesar de que muchas de estas últimas son de mejor calidad que casi todas la privadas escogidas. Si a una persona se le presentan dos bienes idénticos, pero uno tiene un precio de $1 millón y otro de $4 millones y se le dice que se le regala el que quiera, con seguridad escoge el de $4 millones. El costo medio de una matrícula en una universidad pública no supera $1 millón, el de una privada puede ser de $6 millones o más; al escoger una privada consideran que reciben un beneficio de $6 millones, en vez de $1 millón si optan por la pública. En realidad el beneficio que obtienen de la pública es mucho mayor de $6 millones: la matrícula solo cubre un pequeño porcentaje del costo. Puede influir también el concepto elitista: “Es importante no solo lo que se estudia, sino con quien lo hace”.

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