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Plan Colombia: ¿Hacia la OTAN Suramericana?

Beatriz Miranda
08 de febrero de 2016 - 08:10 p. m.

El 3 de febrero, el Presidente Santos fue recibido por el Presidente Barack Obama en la Casa Blanca para celebrar los 15 años del Plan Colombia, una estrategia político-militar, cuyo costo fue de aproximadamente 10 mil millones de dólares. Anunciado como una lucha contra el narcotráfico, a lo largo de los años se tornó cada vez más en contrainsurgente.

En esos 15 años, el Plan Colombia se transformó en una política de Estado, sobrevivió a mandatos de tres presidentes: Andrés Pastrana, Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos. En las últimas semanas ha sido celebrado como una estrategia de guerra exitosa, una cooperación militar inevitable y una ayuda económica imprescindible para fortalecer al Estado, recuperar territorio, debilitar la guerrilla y modernizar las fuerzas armadas, pero no ha sido eficiente para combatir el narcotráfico.

El diario estadounidense Washington Post divulgó en noviembre de 2015 que Colombia sigue siendo el mayor productor de coca en el mundo, seguida por Perú en el segundo lugar y Bolivia en el tercero. El último informe de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito demostró que entre 2013 y 2014 “habían aumentado los cultivos de coca en 44 por ciento y la producción de cocaína en 52 por ciento”.

El Plan Colombia puso a este país en la ruta de las intervenciones globales de Estados Unidos. En el transcurso de esos años, Colombia permitió la instalación de 7 bases militares de Estados Unidos en su territorio, pasó a ser el tercer país receptor de ayuda militar norteamericana después de Israel y Turquía, fumigó cultivos ilícitos con el glifosato - considerado una substancia cancerígena- y, de paso, destruyó cultivos tradicionales y se mantuvo en el mapa mundial de violaciones de derechos humanos. Sería ingenuo pensar que todo este aparato estratégico-militar está destinado al combate al narcotráfico y a la lucha contra insurgente local.

Todo esto nos remite a imaginarios de guerras alrededor del mundo en dónde los asesinatos, desaparecidos, secuestrados, violados/as, millones de desplazados, “falsos positivos” y la muerte de miles de niños ingresan a las estadísticas.

Con todo, el anuncio de un segundo Plan llamado Paz Colombia, llena de esperanza a varios segmentos de la sociedad colombiana en el largo anhelo de la paz. Si el Congreso estadounidense lo aprueba, Colombia recibirá inicialmente 450 millones de dólares, cuyo objetivo será: “asistencia para la seguridad, la reparación de las víctimas y el fortalecimiento del sistema de justicia, respaldo a la incorporación de las FARC a la vida civil”, sin renunciar a la lucha contra las drogas.

El Plan Colombia I, suscitó desconfianza regional y aisló a Colombia de la región. Se espera que el Plan Colombia II fortalezca la integración regional y la buena vecindad.

Innumerables veces se ha repetido que la paz no es solamente la ausencia de conflicto armado, lo que reafirma la necesidad de una Educación para la Paz. En este contexto, surge la Cátedra para la Paz, (Ley 1732, Decreto 1038 de 2015) así celebrada por el Presidente Juan Manuel Santos: “Dejemos de felicitarnos por las muertes de la guerra. Todos somos colombianos. Recordemos a Ghandi: Ojo por ojo y el mundo quedará ciego”. Sin duda, un paso hacia la educación para la libertad tan difundida por el pedagogo brasileño Paulo Freire en varias partes del mundo.

No obstante, el Plan Colombia será exitoso y la paz una variable estructural cuando Colombia reconstruya su tejido social, no pacte acuerdos con los señores de la guerra, no exporte mercenarios y no fomente progresivamente a creación de una “OTAN” suramericana.

 

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