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Política para marcianos

Sergio Otálora Montenegro
07 de mayo de 2016 - 02:19 a. m.

Esto parece como de otro planeta. Los hermanos Koch, multimillonarios industriales que han financiado al Tea Party, a movimientos libertarios que buscan reducir el tamaño del Estado y al centro de investigación llamado Cato Institute –en el que con un tinte científico tratan de darles sustancia a sus propuestas ultraconservadoras— no soltarán un solo dólar para la campaña de Donald Trump, en caso de que este empresario botafuegos sea el candidato oficial del Partido Republicano a la presidencia de Estados Unidos.

Ya el clan Bush anunció que se abstendrá de participar en la convención de su partido. El excandidato Mitt Romney hizo lo propio, al igual que el veterano senador republicano por Arizona John McCain, quien se quejó con amargura porque su campaña ha sido herida casi de muerte por el discurso incendiario de Trump contra los hispanos.

Y el presidente de la Cámara de Representantes, Paul Ryan (además, exfórmula vicepresidencial de Romney en 2012) se distanció del empresario de Nueva York con palabras que dejaron un mensaje muy claro: la incontinencia verbal del magnate inmobiliario, su apuesta a jugar la carta de crear una amplia coalición blanca, con la exclusión del resto, no están en sintonía con los deseos del establecimiento republicano que desde hace diez años –por lo menos— ha jugado a la ambigüedad pero al final con la certeza de llegar unidos para derrotar al candidato demócrata.

Por una parte, utilizó de manera electoral, es decir oportunista, al Tea Party (movimiento radical dentro del Partido Republicano que nació al socaire de la intensa pelea por la reforma del sistema de salud que ganó el gobierno de Obama) para llegar al congreso federal, a las gobernaciones, cámaras y senados estatales, con un discurso parecido al de Trump: antiinmigrante, anti Obama, el gran culpable del declive de Estados Unidos en el mundo y del estancamiento económico de una superpotencia acorralada por la deuda y un gasto social desbocado.

Y al mismo tiempo, ese mismo discurso intemperante buscaba tocar notas conciliatorias, pactar acuerdos bajo la mesa, apelar en lo posible a los hispanos pero, sobre todo, guardar las buenas maneras, sin llegar a los insultos, sin romper ciertos acuerdos fundamentales en política exterior y sin hacer grandes despliegues de poderío o riqueza. Trump rompió esa ambigüedad en mil pedazos, decidió hablar sin filtros y recoger para sus muy personales ambiciones la cosecha cultivada por los republicanos en ocho años de obstruccionismo a cualquier idea que saliera del caletre de Obama.

Un paracaidista, un oportunista neorepublicano inflado por los esteroides de su megalomanía, aterrizó como un marciano en el centro del partido de Lincoln y Reagan. Y de repente se sintonizó, sin mucho esfuerzo, con los resentimientos, fantasías, rencores y prejuicios que estimularon los heliotropos republicanos, pero que al final no supieron capitalizar. Todo lo contrario: su falta de sintonía con la base abrió las compuertas para que el extravagante personaje, mitad negociante, mitad farandulero, aprovechara la situación en beneficio de su inconmensurable vanidad.

Hoy, esa mezcla de animador de reality shows, empresario supuestamente multimillonario (aún no es clara la contabilidad de su fortuna), caudillo tercermundista con reflejos autoritarios y heredero de una fortuna que se encargó de multiplicar a través del negocio inmobiliario, provoca un profundo cisma dentro del Partido Republicano. Ha llegado demasiado lejos con un discurso vago, pero efectista, que ha logrado calar a fondo en diversos sectores sociales y económicos, cansados del liderazgo tradicional republicano que terminó por negociar posiciones estratégicas con Obama y dejar a la deriva la identidad cultural y el destino manifiesto de un imperio que, según esa percepción, perdió su brújula, dejó de “ganar y ser grande”, como lo repite Trump sin tregua.

Ahora la carta parece ser un tercer partido que dividiría, acaso sin remedio, a la colectividad representada por el elefante. Es jugarse el todo por el todo, incluso permitir la victoria del Partido Demócrata, con tal de que este advenedizo, este peligro ambulante, que ha reventado a los republicanos desde sus propios predios, pueda siquiera pisar por un segundo la Casa Blanca. Pero este año nada es claro. La convención republicana, en Cleveland, en julio, promete ser, eso sí, un circo muy divertido, patético y, por primera vez en muchos años, impredecible.

 

 

 

 

 

 

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