Por qué dejé de ir a corridas de toros

Santiago Villa
24 de enero de 2017 - 02:06 a. m.

Mi explicación de por qué pasé de ser aficionado a la tauromaquia, a oponerme a su práctica.

Comencé a ir a toros desde el 2002, aproximadamente, y dejé de ir a partir del 2006 o 2007; sin embargo, mi afición comenzó a los once años. Entonces tenía una generosa paciencia para aguantar los tediosos espectáculos que mi abuelo me insistía viéramos por televisión. En especial recuerdo los torneos de golf -de los que tenía grabadas por lo menos doscientas cintas de Betamax-, los debates de la Asamblea Constituyente y las corridas de toros. Al golf nunca le encontré gracia. A los debates y a las corridas de toros, en cambio, les cogí un gusto macabro.

Trasmitían las Maestranza de Sevilla. Es un espectáculo emocionante. Aunque le concedo cierta razón a quien dice que el toro está en una injusta desventaja cuando combate contra el torero,  y por eso mueren más toros que toreros, también me gustaría ver cuántos son capaces de enfrentarse a un animal de media tonelada, fijo en ensartar con sus cachos a quien se le cruce por delante, armado tan sólo de una espada y una capa.

Al principio no veía mayores problemas morales en disfrutar del espectáculo sangriento. Finalmente comía carne de animales que habían sufrido más en un matadero, a esos toros los criaban para eso y al animal se le trataba con "altura". Me creía las excusas que se dicen los aficionados a los toros para suavizar la violencia de su espectáculo. A los animalistas que protestaban los consideraba gente escandalosa e hipersensible, que padecía ansias de protagonismo. Al fin y al cabo los espectáculos sangrientos siempre han hecho parte de la cultura humana. El boxeo, las artes marciales, las peleas de gallos, todos son expresiones culturales, cuando no estéticas, que subliman impulsos atávicos de agresión y violencia, y la atracción magnética de presenciar la muerte.
Los amantes de los toros, porque deben justificar su afición, no pintan el arte con estas palabras. Hablan menos de la sangre y la muerte, las grandes protagonistas de la corrida, que de elementos un tanto aguados y melifluos, como la importancia de conservar una tradición, el valor artístico de la simbología, la mística de la fiesta brava, y ante todo su derecho a gozar de una expresión cultural centenaria. Todo esto juega un papel, sin duda, pero no nos digamos mentiras. Allá no vamos a ver un espectáculo de danza, de unos hombres en ocasiones guapos, pero siempre de cuerpos agraciados, en trusas rosadas y lentejuelas, sacudiendo sus espadas. Para eso están otros lugares.

Tampoco vamos a ver las acrobacias que hacen con el toro, pues de ser así, ¿por qué no lo dejan vivo? ¿Para qué cortarlo a cuchilladas hasta que caiga desangrado? Pues porque vamos a ver la muerte a la cara. Mejor: vamos a ver cómo un torero enfrenta el peligro de la muerte y como un animal la padece, y hacer catársis con esa lucha. Hay que presenciar el cadáver dando la vuelta al ruedo. Cortarle las orejas, mutilarlo, y seguir bebiendo, aplaudiendo al sonsonete de la banda -no hablaré del arribismo cultural implícito en los criollos y mestizos que chupan sus botas y lanzan olés como si fueran españoles, porque eso no es inmoral. A lo sumo es de mal gusto. Concedámosles incluso, en gracia de discusión, que la tauromaquia es una tradición tan colombiana como ibérica, porque el punto no es éste-.

Dejé de ir por la profunda disonancia cognitiva que me generaba estar en contra del maltrato animal, pero disfrutar y pagar por ver cómo torturaban a un animal hasta matarlo. Gritar y aplaudir de júbilo cuando caía el cadáver al suelo de arena en un charco de su propia sangre, y ver cómo todos se deleitaban mientras lo sacaban arrastrado y la banda tocaba su melodía sosa. 

Comprendo de dónde viene el gusto por los toros, pero su práctica no es éticamente defensible para alguien que cree que no es lícito torturar a un animal por diversión. No veo atenuante cultural válido. Si queremos una sociedad que respeta más la vida de los animales que el entretenimiento, esta práctica, por mucho que nos guste a algunos, debe acabarse. Apoyo y promuevo la prohibición de cualquier espectáculo de maltrato animal.


Twitter: @santiagovillach

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