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A quienes apoyan a Trump

Juan Carlos Botero
17 de junio de 2016 - 02:47 a. m.

Si eres mujer no entiendo que votes por Donald Trump. O si eres afroamericano, latino, musulmán, veterano o asiático, o si perteneces a una minoría racial, política o religiosa. Y si eres gay entiendo aún menos que votes por Trump.

Porque si formas parte de cualquiera de estos grupos, para votar por este individuo tienes que olvidar los insultos que Trump ha escupido en tu contra, y además creer que, por ser empresario, él seguro será una figura limpia que pondrá la casa en orden. Y eso es de una miopía suicida.

¿Acaso el miembro de uno de estos grupos sociales de veras cree que, de llegar a ser presidente, Trump velará por sus intereses? ¿Que será sensible a su situación, que tratará de protegerlos o hará algo por mejorar sus condiciones de vida? Es claro que no. Porque es justamente en campaña electoral cuando un candidato más se cuida de lo que dice. ¿Recuerdan la perlita del 47 por ciento de Mitt Romney? No obstante, Trump, en plena batalla electoral, dice todas las locuras y mentiras posibles; se ufana de su racismo y de su ignorancia en cada tema de interés nacional y mundial, y si te desprecia en esta coyuntura, creer después que luego será tu aliado, es de una ingenuidad, insisto, suicida.

Pero hay algo todavía más insólito que personas de estos sectores lo apoyen (porque, dentro de los millones que han votado por él hay, en efecto, mujeres, latinos, afroamericanos, musulmanes, veteranos, gays y asiáticos). Lo inaudito es que mucha gente lo haga creyendo que él es el hombre ideal para manejar un país tan complejo con EE. UU. ¿Y por qué? Porque no es un político, señalan, y porque se proclama un empresario exitoso, cuando ambos rasgos, por el contrario, lo deberían de cuestionar como candidato electoral.

Resulta que para triunfar en política hay que ser político. ¿Acaso cuántos presidentes exitosos sobresalen que no hayan sido políticos? De acuerdo: varios malos también lo eran, ¿pero cuántos buenos ha habido que no eran políticos? Quizás eran también abogados o militares, pero su gran talento era, ante todo, político. Y creer que un país es comparable a una empresa refleja una profunda ignorancia de ambas cosas, porque cada una requiere de talentos distintos.

La razón es obvia: en una democracia las decisiones no se imponen en forma vertical sino que se requiere manejar con destreza el arte de la persuasión para conciliar posiciones a menudo contrarias. Una empresa no es un país, en donde hay intereses opuestos que un presidente debe balancear con patriotismo y sabiduría: desarrollar vs. proteger el ambiente; defender firmas nacionales vs. participar en los mercados internacionales; velar por los más débiles pero sin endeudar en exceso la nación; cobrar impuestos pero que sean justos para reducir la desigualdad y espolear la creatividad. Por esa razón, precisamente porque manejar una empresa es admirable pero muy distinto a un país, es que sobran dedos en una mano para contar los casos de empresarios que han sido buenos presidentes. Y los buenos presidentes tienen un rasgo en común: todos han sido, ante nada, políticos.

Entonces piensen en esto antes de apoyar a un bufón racista que sólo le interesa una cosa: aumentar su propia riqueza. Lo cual es necesario para ser un buen empresario. Pero es nefasto para ser un buen presidente.

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