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Residencias estudiantiles: fórmula de calidad con bienestar

Ignacio Mantilla
16 de julio de 2016 - 02:17 a. m.

Hace algunos meses recibí la visita de Rodolfo Hernández, actual alcalde de Bucaramanga, quien en su calidad de egresado de la Universidad Nacional guarda profunda gratitud a su alma mater.

En la corta conversación que sostuvimos me describió con especial precisión la habitación que ocupaba en la residencia estudiantil, me señaló el lugar exacto de su ubicación y con emoción me contó algunas de sus experiencias y anécdotas de esa envidiable vida estudiantil que disfrutó. Destacó que, como joven proveniente de Piedecuesta, sin esa residencia él no hubiese podido formarse como ingeniero.

Y es que hasta hace algún tiempo, el ingreso a la universidad en Colombia era prácticamente imposible para quienes no vivíamos en las grandes ciudades. Las residencias estudiantiles eran para muchos la mejor o única opción de adelantar los estudios universitarios.

Pero el lugar de vivienda de los padres no sólo era un factor determinante para realizar estudios superiores; también lo era para cursar el bachillerato completo en muchos municipios del país. En mi caso, cuando yo era niño y vivía en el bello municipio de Los Santos (Santander), allí solo era posible estudiar la primaria. Para formarse como bachiller había que ir a Piedecuesta o a Bucaramanga; y cuando la familia era grande, como en nuestro caso, resultaba mejor trasladar la familia entera para apoyar los estudios de todos los hijos. Constituíamos así, familias desplazadas por la falta de oportunidades en educación.

Aprovecho para mencionar anecdóticamente que la formación era particularmente rígida y excesiva. Recuerdo, por ejemplo, que en primero de bachillerato, en el Seminario San Alfonso de los Padres Redentoristas, tomábamos clases de latín, francés, griego, inglés y, por supuesto, castellano, para referirme únicamente a los idiomas. Años después, aprendiendo alemán, me fue útil haber conocido tan temprano la gramática y las cinco declinaciones del latín. Mi sorpresa fue aún mayor cuando supe que en Alemania, además del idioma alemán, como es natural, era aceptado también presentar la tesis doctoral en latín (lo cual estuvo, naturalmente, fuera de mis capacidades). Sin embargo, yo diría que ésta era una época en la que en el bachillerato se nos mantenía entretenidos “a punta de pénsum”. Además de la cantidad de materias y las horas de lectura, estudio y deporte, se dedicaba la hora del almuerzo para que alguno de nosotros continuara la lectura, en voz alta, de un libro seleccionado.

Superado el bachillerato, si se decidía continuar la formación profesional (lo cual no era lo común por entonces), en las familias de Santander con escasos recursos sólo podían darnos a elegir entre dos universidades: la UIS en Bucaramanga o la Universidad Nacional en Bogotá. Naturalmente quienes tenían la fortuna de ganar un cupo en la Universidad Nacional (como fue el caso del alcalde y muchos otros), se enfrentaban inmediatamente al problema de su vivienda en la ciudad, pues al no poder acudir al familiar, al pariente lejano apenas conocido o al paisano para buscar alojamiento, las residencias estudiantiles eran la gran salvación que se complementaba con las cafeterías para tomar tres comidas diarias.

Hoy existe una gran semejanza con la aspiración de muchos para realizar estudios de posgrado en el exterior; y la oferta de residencia y cafetería en las universidades extranjeras es destacada por los estudiantes colombianos actuales y por quienes fuimos estudiantes en el exterior, como una de las mayores aliadas para el éxito en los estudios.

¿Cuándo perdimos en Colombia esta fortaleza de la educación superior? En la Universidad Nacional las dificultades en la administración de sus residencias estudiantiles en Bogotá condujo a su cierre definitivo en 1984, al igual que los comedores y la cafetería central, con las consecuencias que todos conocemos, especialmente nefastas para quienes provenían de otras regiones del país. Por fortuna, esto no ocurrió en otras sedes de la Universidad y, en particular, en la sede Manizales las residencias son ejemplares.

Estas falencias han sido perversamente suplidas por quienes expresan como positivo para la educación universitaria no tener que ir a otra ciudad a estudiar, reforzando así las razones para brindar programas de dudosa calidad que atraen a los incautos jóvenes y padres de familia. La complicidad de algunos gobiernos ha jugado también un papel importante, pues el deber del Estado de ofrecer educación de calidad se ha relajado, se ha abandonado o se ha delegado a entes privados, en algunos casos sin intereses distintos a los económicos.

La mayoría de los colombianos se han limitado a exigir cobertura universitaria regional y en alguna medida ésta ha sido erróneamente atendida, sacrificando lo esencial: su calidad. El balance de cobertura frente a calidad y frente a bienestar está pendiente de lograrse.

Desde la Universidad Nacional estamos empeñados en fortalecer nuestro carácter nacional y retomar o ampliar la oferta de residencias estudiantiles en nuestras sedes andinas, formulando un proyecto de modernas viviendas estudiantiles, principalmente para la sede Bogotá. Así, los jóvenes provenientes de diversos municipios podrán vivir dignamente y lograr un buen rendimiento académico, para que convertidos en profesionales competentes regresen a potenciar el progreso de sus regiones de origen.

Naturalmente, requerimos de un nuevo y audaz modelo de administración de vivienda estudiantil. La invitación está abierta para que entre todos encontremos la forma óptima de llevar a cabo esta apuesta por las residencias estudiantiles de la Universidad Nacional, patrimonio de todos los colombianos.

* Rector, Universidad Nacional de Colombia

@MantillaIgnacio

 

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