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Retomando el Buen Vivir

Saúl Franco
13 de abril de 2016 - 02:31 a. m.

El Buen Vivir es una cosmovisión de nuestros pueblos originarios andinos que hoy resurge.

No es una nueva moda conceptual ni un viejo catecismo dogmático. Está en permanente construcción y ofrece horizontes muy amplios al pensamiento humano, al sentido de la vida y a la concepción y organización de la sociedad.

Buen Vivir ha sido la traducción del sumak-kawsay, en quechua, y del suma-qmaña, en aimara, que significan vida armónica y óptima realización del planeta. Lo fundamental del concepto es el carácter central de la vida y la relación armoniosa entre los humanos y con la naturaleza. Es decir: que la vida es el acontecimiento más importante. Pero no sólo la de los seres humanos, sino todas las formas de vida: de los animales, de las plantas, del agua, de la tierra y del subsuelo. Y que, por tanto, el objetivo principal de la existencia de las personas y los pueblos es lograr la plena realización de cada una de esas formas interdependientes de vida. Para ello es necesario mantener con los demás y con la madre tierra relaciones respetuosas, basadas en la co-responsabilidad y en el reconocimiento de los derechos de cada especie. Es vivir bien, no sólo estar bien.

El Buen Vivir supone tanto la satisfacción de las necesidades de la población, su vida digna, como el ejercicio de la solidaridad y del consenso, y la aceptación e integración de la diversidad y la interculturalidad. Se trata de una concepción, una escala de valores y unas prácticas muy diferentes a las dominantes en la actualidad.

Nada tienen que ver con la irresponsabilidad de un buena vida, ni con el sentido fácil y cómodo de “la dolce vita” de algunos a costa de las carencias de muchos o de la depredación de la naturaleza.

Si bien algunas de las constituciones más recientes de la región – como la de Ecuador en 2008 y la de Bolivia en 2009 – integran elementos del Buen Vivir, esta especie de filosofía de la vida y la sociedad de nuestros pueblos originarios no puede identificarse con ellas ni reducirse a sus contenidos y propósitos políticos. Anterior como es al capitalismo y por tanto a su versión neoliberal, no puede reducirse tampoco a un ocasional discurso anti neoliberal. Pero, claro, sus valores comunitarios y solidarios se oponen diametralmente al individualismo. La prioridad que le otorga a la vida digna para todos es de signo contrario a la obsesión de las personas, las empresas y los países por la acumulación de riquezas, con las consiguientes inequidades. Y el cuidado por la naturaleza que profesa el Buen Vivir es el polo opuesto a la actual rapiña extractivista de recursos naturales como el agua, el oro, el petróleo o el carbón.

Tiempo y desarrollo son otras dos categorías con sentidos totalmente diferentes en las ópticas del Buen Vivir y de la versión actual del capitalismo. Para esta última el desarrollo está medido en términos económicos, de producto interno bruto y de mayor o menor semejanza con los estándares, formas y estilos de vida de los denominados países “desarrollados”, en un tiempo lineal, irrepetible y bajo la presión del lucro inmediato. El Buen Vivir, en cambio, está regido por el tiempo en espiral, lento y sucesivo de los ciclos astrales, de los días y las noches, las siembras y las cosechas, y por el desarrollo de vínculos fuertes y estables entre los humanos y de éstos con el territorio, las aguas, los planetas y el subsuelo. Es otro desarrollo. Algunos ya hablan de “post-desarrollo”.

Sin pretensiones mesiánicas ni ilusiones de paraísos sin conflictos, retomar y traducir a las realidades de hoy y del futuro el Buen Vivir de nuestros antepasados andinos puede aportar luz, esperanza y experiencia para la realización personal como seres humanos y para la construcción de sociedades más armónicas, equitativas y en paz. La tarea está pendiente. Y empieza por concretar el Buen Vivir en la vida cotidiana.

Médico social.
 

 

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