Rosa Parks, 60 años después

Juan Carlos Botero
20 de noviembre de 2015 - 02:00 a. m.

Pronto se cumplen 60 años de un hecho casual que cambió la historia.

El 1 de diciembre de 1955, una señora de piel morena concluyó su dura jornada como costurera en uno de los grandes almacenes de Montgomery, Alabama, y tomó el autobús 2857 en la Avenida Cleveland. En ese tiempo los negros tenían que cederle su puesto a los blancos para que éstos se pudieran acomodar en los asientos disponibles, y debido a que un grupo de personas blancas se subió frente al teatro Empire y no había lugar en la parte de adelante del autobús, el conductor James F. Blake le ordenó a esta mujer y a otros tres negros que se movieran a la parte de atrás, reservada para pasajeros de color. La señora siempre había obedecido las normas, pero cuando sus compañeros se levantaron sin protestar, ella no se movió de su sitio. ¿Por qué no lo hizo? Quizá sintió, a sus 42 años, el primer tropiezo de la madurez. O quizá le dolían los pies. O quizá sintió la copa de su tolerancia rebosar, hastiada de la humillación que el racismo de entonces imponía a diario, junto con la necesidad de defender su dignidad y su integridad. O quizá reconoció al mismo conductor que, insólita coincidencia, la había obligado a bajarse del autobús, 12 años antes, durante una noche de lluvias torrenciales. O quizá no le dio la gana. El hecho es que el conductor la trató de obligar. ¡Se tiene que mover!, gritó. ¡Es la ley! Pero ella no se inmutó. El otro amenazó con llamar a la Policía. Aun así la mujer no se movió. Por fin llegó la Polícía y se llevaron a la señora a la fuerza y la encerraron en la cárcel. Su nombre era Rosa Parks, y aquel acto de desafío y heroísmo, fruto de un valor admirable, pero también de una cadena de hechos casuales —estar allí a esa hora, subirse en ese bus particular, que el mismo conductor Blake estuviera al volante, más la falta de puestos vacantes para la gente blanca—, impulsó el movimiento por los derechos civiles en EE. UU. y eso cambió el mundo para siempre.

Son, sin duda, hechos menores y fortuitos, desenlaces de la buena o mala suerte que desatan efectos enormes y muchas veces de trascendencia histórica. ¿Acaso la batalla por los derechos civiles en EE. UU. habría seguido el mismo curso si ese día la señora Parks no hubiera ido al trabajo? Su valiente decisión no acabó con el racismo, ni en ese país ni en ningún otro, pero la realidad sí cambió en gran medida gracias al impacto político y social de ese movimiento cívico, del cual ella se convirtió en una de sus líderes más insignes. Por eso cabe la pregunta: ¿qué habría pasado si ese día el grupo de personas que se subió frente al teatro Empire hubiera llegado más tarde? ¿Y qué habría pasado si el conductor no hubiera sido el mismo señor Blake, con quien ella ya había tenido una disputa 12 años antes? Sin saber qué rumbo exacto habrían tomado los hechos concretos, es probable que el resultado haya sido, tarde o temprano, distinto. Porque miles de personas se suben cada día en miles de buses alrededor del globo, pero sólo en un día específico, en un lugar preciso, una mujer particular se sube a un autobús determinado y de alguna forma se altera el universo. Ésa es nuestra frágil y alarmante condición, la que, para bien o para mal, determina el destino de las personas. Y muchas veces, también, el de las naciones.

 

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