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San Ignacio de Loyola

Aura Lucía Mera
12 de septiembre de 2016 - 08:35 p. m.

Miguel Otero Silva, escritor, periodista, poeta y humorista venezolano, reconocido por su pensamiento liberal, rebelde, luchador infatigable contra los regímenes dictatoriales y la inequidad social, exiliado, varias veces, en los años 60 para protestar contra la detención de presos políticos, escribió Las celestiales, coplas anticlericales, bajo el seudónimo de Iñaki de Errandonea S.J., ilustradas por su amigo León Zapata —“José Escurrareta”—, en las que con ironía infinita e irreverente ponía a varios integrantes del santoral en su sitio.

Este libro de formato gigante, portada rosada, con sus ilustraciones, de edición limitada, se agotó inmediatamente y hoy pertenece a los “incunables”. Guardo un ejemplar como un tesoro y todas sus coplas las tengo grabadas en la memoria. Desmitifican y desantifican y recuerdan el lado humano de los intocables de los altares.

La esperada destitución del procurador Alejandro Ordóñez, que casi no llega, pero al fin pudimos vivirla y disfrutarla, me recuerda la que Otero Silva le dedicó al fundador de los Jesuitas: “Hiciste lo que quisiste/ San Ignacio de Loyola,/ Pero quisiste ser papa/ y te pisaste una bola”.

Así sucedió. Ni más ni menos. Ordóñez como San Ignacio hizo lo que quiso, lo que le dio la gana, se metió a predicar y a adoctrinar a diestra y siniestra pasando por encima de vidas privadas, de creencias diversas.

Irrespetuoso, profesando a grito herido su fe y sus creencias fundamentalistas, sin un asomo de espiritualidad ni de congruencia con el mensaje original de Cristo. Inquisidor a lo Torquemada, dividiendo el universo entre “pecadores y virtuosos”, con esa soberbia de los “buenos” que llevan la verdad absoluta en un bolsillo, pero todas las trampas y estrategias non sanctas en el otro.

Condenando a priori la identidad sexual de hombres y mujeres, pregonando y vociferando sobre lo divino y lo humano, condenando al fuego eterno a los que no son como él (personalmente prefiero el fuego eterno a tener que compartir así sea un segundo de eternidad con el personaje en cuestión).

No tuvo ningún recato en celebrar de una forma escandalosamente fastuosa el matrimonio de su hija, tomándola como pretexto para invitar a amigos y enemigos, mostrar su poder omnímodo y llevar estricta cuenta de los asistentes para después cobrarles las cuentas.

Lo más peculiar es que no cayó por sus pensamientos fundamentalistas, sino por su ambición ilimitada de poder, hasta el punto de considerarse no solamente papabile sino presidenciabile.

Su soberbia, por si no está enterado, fue el único pecado imperdonable que le costó su caída. Haber pretendido reelegirse con métodos non sanctos. Como reza la copla, “se pisó una bola”.

No creo que en las próximas elecciones los colombianos depositaremos el voto, no el de castidad , sino el de las urnas, por un personajillo representante del más profundo y recalcitrante oscurantismo. Esas épocas en que se quemaban libros, se condenaba a la hoguera a los filósofos y se consideraba malditos y dignos del fuego eterno a los que se atrevían a pensar. Adiós Torquemada. Una abadía te espera. ¡El paraíso del silencio, la castidad y la obediencia!

Posdata: inaceptable la propuesta de Peñalosa contra las corridas de toros. ¡Creo que Bogotá tiene demasiados problemas, demasiados, para ahora empeñarse en prohibir un espectáculo tradicional, de minorías, que debiera, ante todo, respetar. Si no le gustan, pues no asista. Nadie lo obliga.

 

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