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Se llamaban libros

Arturo Guerrero
29 de abril de 2016 - 03:17 a. m.

Campea la confusión entre el canal y el contenido. Así, se cree que lo que se difunde por youtube es propio de jóvenes, mientras que el papel periódico pertenece a la tercera edad.

Entonces se exalta la modernidad de la tecnología y se le atribuyen a ella las virtudes de lo nuevo, lo rebelde, lo chic. Los viejos, según esta visión, no entienden nada, fueron dejados por la historia.

No importa qué clase de ideas, imágenes o músicas circulen por internet, el simple hecho de que estas se viertan en pantallas portátiles y omnipresentes, las viste de legitimidad incontrovertible.

La humanidad adora el carácter instantáneo de la luz entubada, de modo que este fulgor le aparece como argumento insuperable que avala su verdad.

¨El medio es el mensaje¨, ya lo dijo el filósofo canadiense Marshall McLuhan cuando aún no existían internet ni sus apéndices. Las ideas se ponen una máscara de acuerdo con el soporte en el que viajen.

A medida que este soporte sea más poderoso, adquiere mayor importancia que la sangre circulante en sus venas. Es sangre enmascarada, desvirtuada.
La sociedad virtual, que hoy falsea el pensamiento, se acerca con peligro al punto de saturación en que los contenidos dejan de ser inyección de sentido para la vida de las mayorías.

Hace veinte años fue noticia de gran repercusión el enfrentamiento entre el computador Deep Blue, de IBM, y el quizás mejor jugador de ajedrez de todos los tiempos el azerbaiyano Gary Kaspárov. Fue un match equilibrado, con victorias y derrotas repartidas.

Hace mes y medio el programa de Google, AlphaGo, derrotó 4-1 al campeón mundial del juego chino de Go, inventado hace 2.500 años y considerado más complejo que el ajedrez. El abatido surcoreano Lee Se-dol no recibió de los medios ni una porción de la atención otorgada en su tiempo a Kaspárov.

En este caso tal vez la prensa consideró natural que un supercomputador pensara mejor que el mejor pensador humano. Dos décadas fueron suficientes para coronar al mensajero, a la máquina, al canal, al medio. Y para ubicar en lugar subordinado al productor del contenido.

¿Significa este vuelco que es preciso invertir los términos, de modo que el medio ya no sea medio sino fin? ¿Que la vena cuente más que el torrente rojo responsable del latir del corazón?

Si se contesta afirmativo a esta inquietud, habrá que partir en dos la historia de la especie. El cúmulo de filosofía, arte y ciencia será desechado pues su origen son los devaluados métodos del pensamiento.

A lo sumo, este caudal milenario reposará mohoso en páginas virtuales a manera de museo, disponible al pulso de un clic caprichoso lo mismo que sujeto a desaparición luego del primer colapso de las redes.

De entonces en adelante, el conocimiento y la poesía serán generados por los que más griten, hagan gestos, editen eléctricamente videos, exhiban su ego, se maquillen, impriman su náusea en tomos que antiguamente se llamaban libros.

arturoguerreror@gmail.com
 

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