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Señal de alerta

Santiago Montenegro
31 de julio de 2016 - 08:00 p. m.

No es cierto que Fitch Ratings haya bajado la calificación de la deuda externa de largo plazo de Colombia, como han dicho algunos, pero revisó su perspectiva a negativa e, infortunadamente, sí disminuyó la calificación de la deuda en moneda local.

Pero, más allá de estas decisiones, es muy útil repasar las razones que adujo para tomar estas medidas. Primero, existe preocupación por el elevado déficit en cuenta corriente de la balanza de pagos, significativamente más alto que el de otras economías que tienen el mismo grado de inversión: un 6% en Colombia versus un 2% del PIB en promedio en los otros países.

Segundo, la calificadora señala su preocupación con el déficit fiscal por encima de promedio de los países calificados en el mismo escalafón, un 3,9% versus 2,5% del PIB. Tercero, la elevada deuda externa total con relación a los ingresos de la cuenta corriente, un 48% frente a un 42% del PIB. Cuarto, un pronóstico de inflación para Colombia en 2016 de 6,1% frente a solo un 2,8% para las economías con calificación similar.

Como era de esperar, la reacción de los mercados precipitó una devaluación pronunciada de la tasa de cambio, que se llegó a situar otra vez por encima de los $3.000, y un incremento de las tasas de interés de mercado. En este frente, Colombia contó con algo de suerte porque la decisión de Fitch coincidió con la pérdida del grado de inversión de Turquía, después del intento de golpe militar, lo que precipitó un aumento de la demanda de bonos de países emergentes, incluyendo los colombianos (según algunas fuentes de unos US$400 millones).

Pero, más allá de lo que diga Fitch, Colombia requiere con urgencia ajustes estructurales para volver a crecer a tasas elevadas, generar empleos de calidad y eliminar la informalidad. Por eso, el sector empresarial sigue esperando una reforma tributaria estructural que genere competitividad, estimule la producción de los sectores transables y, por esa vía, y no por un menor consumo y menor inversión, corrija el déficit en la cuenta corriente de la balanza de pagos.

Infortunadamente, el proyecto de reforma tributaria no se ha radicado aún y, según algunos medios, eso solo se hará hacia octubre por trámite de urgencia. Si es así, no habrá tiempo para una discusión en profundidad y se corre el riesgo de que esta reforma se parezca mas a las anteriores, hechas para tapar huecos de corto plazo.

Esto sería infortunado porque aumenta la probabilidad de que el ajuste de las cuentas externas siga recayendo sobre las empresas y los hogares vía menor consumo e inversión. Como ilustración: mientras el ajuste del déficit en cuenta corriente entre el 2015 y el 2016, será de un 1,3% del PIB, el Gobierno incrementará el suyo en 0,9 del PIB, lo que quiere decir que los hogares y las empresas al terminar este año habrán hecho un ajuste de un 2,2% del PIB (¡¡!!)

Este ajuste se ha dado a través de mayores tasas de interés, la devaluación de la tasa de cambio y un mayor impuesto inflación.

Una buena reforma tributaria estructural implicará sin duda mayores recaudos, pero, sobre todo, estabilidad jurídica y mayores niveles de inversión, producción y exportaciones.

Esa vía, y no una mayor contracción de la demanda de las empresas y los hogares, es el mejor mecanismo para corregir los desajustes macroeconómicos.

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