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Señales de alarma

Francisco Gutiérrez Sanín
05 de mayo de 2016 - 07:50 p. m.

La encuesta de Gallup, según la cual la aprobación de Juan Manuel Santos ha caído al 21 %, llega en un momento en el que se multiplican las señales de alarma para el Gobierno. Y esto tiene implicaciones para el proceso de paz en curso.

En efecto, el aislamiento del presidente y de su equipo es palpable. La Unidad Nacional hace agua: Serpa le gruñe, Cambio Radical dice que no respetará sus acuerdos (pero ¿cuándo lo ha hecho?) y hasta el Partido de la U, acostumbrado a quedarse con la tajada del león del pastel gubernamental, comienza a tomar distancia. El conservatismo mantiene su equívoca, a veces feroz, oposición, pero con acceso a puestos. Y cuando Santos quiso oxigenar al gabinete metiendo a otros partidos, lo único que logró fue dividirlos. Las nuevas figuras se incorporaron simplemente a título personal. Los uribistas, que tienen el olfato de un escualo para la sangre, están excitadísimos.

¿Qué está pasando? Los ya pocos partidarios del Gobierno creen que todo es un error, o un problema de comunicación. Sus enemigos afirman que se hunde porque es pésimo; algún político, usando esas hipérboles que tanto nos gustan, hasta llegó a decir que era el peor gobierno que habíamos tenido.

Como suele suceder, las cosas no son tan obvias. Este no es el lugar para hacer una evaluación del segundo período de Santos, pero claramente sus logros no se reducen al proceso de paz (que, adicionalmente, de tener éxito tendría impactos trascendentales y positivos sobre toda nuestra vida pública). Por ejemplo, sus resultados en empleo, infraestructura y crecimiento no son deleznables. Pero a la vez sus insuficiencias y problemas no son pocos. Por lo demás, los temas de comunicación van mucho más allá de las capacidades verbales; tienen que ver sobre todo con el envío sistemático de señales contradictorias, que resultan de dos características fatales del estilo de gobierno de Santos. Primero, la parcelación acumulativa de áreas críticas de política, dándole a múltiples actores esferas de decisión superpuestas. Esto lleva a que hasta los especialistas (incluyendo al presidente mismo, creo) terminen perdiendo la pista de quién se encarga de qué. El extraño novelón de los superministros es un excelente ejemplo de esto, pero hay muchos otros. Segundo, la tendencia a compensar cualquier medida de política, cubriendo sus pasos con una contramedida. La regla de oro de este exasperante vals es “a cada quien lo suyo”.

Ahora bien, en el terreno crítico de la paz, la estrategia comunicativa sí que ha sido errónea. Es absoluta y totalmente defensiva. Consiste en contarle al país un par de cosas inverosímiles (¡¡que no habrá impunidad!!) y que sí, que en realidad vamos a poder joder a los tipos de las Farc. Todo esto adornado con los truismos y lugares comunes de rigor. En medio de esa cháchara, la gran promesa de la paz, la de la reconstrucción de este país y la de una competencia política incluyente con un Estado que aspire a abarcar la totalidad del territorio nacional, se disuelve. Pero, al tenor de lo que vengo diciendo, esas fallas en el discurso tienen su correlato en el mundo de las acciones. Pues la pasividad del Gobierno frente a la oposición de extrema derecha es pasmosa. No es capaz ni de plantarle la cara, ni de ofrecerle algo que realmente le pueda interesar (no: a Uribe no le importan ni las reconciliaciones ni los abrazos. ¿Y saben qué? Tiene razón).

Si a uno lo retan a una bronca, tiene dos opciones razonables. Una, acepta. Otra, transa. Lo que uno NO puede hacer es ir a pelear muerto del culillo. Para entender estas reglas no se necesita haber leído a Sun Tzu; las tiene presentes cualquier estudiante en cualquier bachillerato. ¿No será el momento de asimilarlas y actuar en consecuencia?

@fgutierrezsanin

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