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Sobre el libro y sus propiedades mágicas

Valentina Coccia
12 de agosto de 2016 - 02:36 a. m.

En la historia de la literatura muchos personajes ficticios se condenaron a la demencia o a la desgracia por entregarse al placer de leer.

Cuando pienso en este tipo de personajes se me viene a la cabeza la perversa Emma Bovary, esposa de un médico rural y madre desatenta de su hija Berthe. Enclaustrada en una cotidianidad monótona y sin cambios aparentes, Emma vive entregada a los delirios de la lectura. El personaje de Flaubert es lectora asidua de los clásicos del romanticismo: la heroicidad de los personajes, las intrigas de pasión, las visitas a lugares incógnitos y tan extraños a la tediosa campiña francesa, hacen que Emma desvaríe y se encuentre cada vez más insatisfecha de su realidad. La vida del campo, la aburrida compañía de su ordinario esposo Charles, y la escasa vida social a la que está expuesta terminan por aburrir a Emma, que decide recrear la ficción de sus lecturas en la realidad. Tanto con Léon como con Rodolphe (sus dos amantes), la pasión se desvanece con rapidez, y Emma, entregada a una vida frívola, contrae una cantidad de deudas que no puede saldar. Termina suicidándose con arsénico en una experiencia corporal y material que anula con su viscosa presencia todo el idealismo que Emma extrajo de sus lecturas.

Dante Alighieri, algunos siglos antes, en el canto V de la Divina Commedia, también exploró cómo el acto de leer enajena la mente de la realidad. Dante, en su continuo vagar por las sombras del infierno, llega al círculo de los lujuriosos y se encuentra con Paolo y Francesca, que durante sus vidas habían sido cuñados y a la vez amantes. Francesca, esposa de Gianciotto Malatesta, se entrega a una peligrosa aventura cuando junto a Paolo, su cuñado, deciden emprender la lectura del enamoramiento de Ginebra y Lancelot en los versos que cuentan las gestas del rey Arturo. Las intrigas de ese amor ilícito que se tejen en los versos del lenguaje cortesano despiertan el deseo de los dos amantes de verse desdoblados en la historia de esa pareja. Llevados por el delirio comienzan a besarse, cuando Gianciotto irrumpe en la escena y, celoso, los asesina a los dos.

En ambos casos los autores querían hacerle ver al público que la lectura, en sus formas más perversas, irrumpía en la mente de los lectores, haciendo que se sintieran insatisfechos y enajenados de sus realidades, y que, como consecuencia, trataran de modificar el orden establecido rompiendo el equilibrio del mundo real. La ignorancia y el analfabetismo, que durante tanto tiempo poblaron el mundo como una plaga, llenaron el texto escrito de tabúes y mitos, que en muchos casos lo asociaban con la demencia o con una maldición que caía sobre los lectores que trataban de tocarlo. En cierta medida, debo decir que tenían un poco de razón: cuántas veces la lectura de ciertos textos no llevó a la humanidad a profundos cambios en el curso de su historia.

Debo decir que todos estos tabúes, el elevado costo de los libros en siglos anteriores, el analfabetismo y la inaccesibilidad del público lector a ciertos textos, sin hablar del peligro político o religioso que conllevaba la lectura de algunos volúmenes, hacían del libro un material preciado, que se leía con mucha curiosidad e interés. Hoy en día las nuevas generaciones, ya alfabetizadas y no tan ignorantes como entonces, menosprecian la lectura reemplazándola por el mundo visual de los videojuegos, de las películas y las series de televisión. La primacía de la imagen (que no desprecio, pues me encanta el cine y además, ver televisión) le da al espectador sensaciones directas que no implican el uso de la imaginación; y además, al ser de carácter realista, también otorga la sensación de que se inserta en la realidad sin crear un mundo paralelo.

Ver el abandono en el que ha caído el acto de leer ha despertado la nostalgia de muchos, que en las redes sociales difunden imágenes sobre los efectos que la lectura produce sobre la mente. A diario, en los muros de Facebook vemos imágenes que comparan al que lee poco con el que lee mucho. Generalmente, el que lee poco se representa con una visión limitada del panorama del mundo, mientras que el que lee mucho, se muestra con una montaña de libros bajo sus pies, que le permiten ver la amplitud del panorama que tiene frente a sus ojos. De acuerdo a estas imágenes, la lectura es una herramienta que nos permite tener una visión menos limitada y más clara sobre los hechos y circunstancias que nos rodean.

Entonces, teniendo en cuenta estas visiones, ¿la lectura nos vuelve locos despertando el deseo de transformar la realidad, o nos amplía el panorama permitiéndonos tener una visión mucho más clara de nuestro mundo? Yo diría que el libro es una especie de talismán que nos protege del engaño. Por un lado, nos muestra un mundo que permanece latente en nuestra realidad cotidiana, y nos da a conocer sus secretos a través del viaje por sus páginas. Por otro lado, conociendo ya los misterios de todo aquello que permanece oculto, nos impulsa a ver nuestra realidad con mayor clarividencia, convirtiéndonos en agentes de los cambios necesarios. Es así como el libro, además de ser el habitáculo de la imaginación y del conocimiento humano, es también el mejor amuleto, que a través de la abstracción del mundo cotidiano, mágicamente nos impulsa a modificar el camino de nuestra desventurada humanidad.

@valentinacoccia4

valentinacoccia.elespectador@gmail.com

 

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