Trump, un sociópata en libertad

Rafael Orduz
31 de octubre de 2016 - 08:56 p. m.

Se creería que, en el selecto club de los países de más de 50 mil dólares de ingreso per cápita, los que se destacan por su capacidad de innovación y las mejores universidades, no caben los comportamientos “tercermundistas”.

Que se da por descontado el respeto por los demás, por las reglas de juego.

¡Qué va!… Estados Unidos, el país con 240 años de democracia, la primera economía mundial, la tierra de los pioneros, incluyendo los que conquistaron el oeste en el siglo XIX y Bill Gates, Steve Jobs y Mark Zuckerberg, los colonizadores de los espacios virtuales del XXI, nos tiene en vilo con un candidato sociópata que bien podría convertirse en presidente en una semana.

En algún momento de la campaña del 2008, en un acto proselistista de John MacCain, el candidato republicano, una señora blanca, mayor, lo interrumpió para manifestarle su repudio a Obama, por negro; MacCain le respondió que, por supuesto, él no deseaba tampoco que ganara Obama, pero que éste era una persona decente y que nadie debería temer si fuese el ganador. Los resultados de las elecciones, por regla general, han sido respetados por los perdedores.

Trump ha roto toda norma de respeto y todo el mundo lo sabe. Lo grave, lo que despierta miedo, es que el racista patán tiene, al menos, un 40% asegurado de votantes a quienes no les importa que sea misógeno y practique las técnicas de acoso a las mujeres que él mismo pregona. Que insulte a los musulmanes gringos, a sus competidores republicanos durante las primarias y a su adversaria Hillary Clinton. Que se haya inventado teorías acerca del lugar de nacimiento de Obama, trate a los mexicanos y, por extensión, a los latinos, de violadores, que remede a personas discapacitadas y, que, finalmente, se niegue a decir que aceptará, sin condiciones, los resultados de las elecciones… excepto en el caso de que él gane.

Los tres debates fueron ganados por Hillary Clinton, la poco carismática candidata, enredada en el pasado de su marido y por el uso de un servidor privado para manejo de correspondencia cuando se desempeñaba como secretaria de Estado. Con toda la desconfianza que genera, es pila y experimentada, respetuosa, con la pasta para presidente.

Y, sin embargo, conocidas de sobra las barbaridades de Trump, el señor ha repuntado. Con la ayuda del director del FBI, Comey, republicano, que a pocos días de las elecciones ha puesto la bomba de la incertidumbre alrededor de nuevos correos electrónicos de la campaña Clinton, el margen a su favor, que había logrado ampliar en las últimas semanas, se ha reducido a niveles de empate técnico.

Hasta cierto punto se podría decir: allá ellos, los gringos, si eligen a Trump. El problema es el impacto sobre la cultura de la democracia en el resto del mundo y, particularmente, en ambientes proclives a la polarización e indulgentes con las manipulaciones electorales como el nuestro. Si allá se santifica la manipulación y el irrespeto, ¿por qué no acá?

 

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