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Últimas lamentaciones

Sorayda Peguero Isaac
22 de mayo de 2016 - 08:07 p. m.

De los libros de segunda mano me gusta su dignidad de reliquia ambulante y manoseada; el tacto y el color de las páginas que parece que fueron mojadas por mil diluvios y mil veces secadas al sol; la probabilidad de un hallazgo inesperado: un billete de tren, una dedicatoria con voluntad poética, el ticket de un concierto o un recorte de periódico, como el que encontré entre las páginas de una novela de Toni Morrison.

Es una nota de 19 líneas que empieza diciendo: “¿De qué se arrepiente uno en el lecho de muerte?”. Y cuenta que Bronnie Ware, una enfermera australiana que trabajaba cuidando enfermos terminales, les preguntaba: “¿De qué te arrepientes? ¿Qué harías de un modo diferente si aún tuvieras tiempo?”. Las respuestas de sus pacientes se convirtieron en el argumento de Los cinco arrepentimientos de los moribundos, un libro en el que Ware reunió los cinco principales arrepentimientos que tiene la gente antes de morir. “Ojalá hubiera tenido el coraje de hacer lo que realmente quería y no lo que los otros esperaban que hiciera”, era la reflexión más común entre los enfermos.

Estamos sentenciados a convertirnos en polvo. Nos ocurrirá a todos: vamos a morir. Lo sabemos. Sin embargo, las lamentaciones que empiezan con un “ojalá…”, seguido de deseos que quizá no llegarán a concretarse nunca, tienden a aparecer como fantasmas indeseables cuando se agotan las monedas. A veces pasa: cuando la muerte deja de ser un misterio, y se convierte en una verdad concreta y próxima, un fogonazo de lucidez lo alumbra todo, se desbarata el orden de las cosas y cambian las prioridades.

¿Qué dimensión alcanza en nuestro pensamiento cotidiano la idea de la muerte? ¿Hasta qué punto somos conscientes de que vamos a morir, y de que este hecho acabará con todas las posibilidades que a veces desperdiciamos como necios? Los desahuciados que respondieron las preguntas de Ware no hablaban de hipotecas, de ascensos, ni de sus ansias de alcanzar un estatus social determinado. A la hora de echar un vistazo al compendio de sus vidas, casi todos se arrepintieron de la falta de coraje para expresar sus sentimientos, de la pérdida de contacto con sus viejos amigos y de haber invertido la mayor parte de su tiempo en el trabajo.

Puede que sus credenciales no sean el ejemplo más inspirador de apego a la existencia, pero cuando llegué a la última línea de aquella nota pensé en Alejandra Pizarnik, la poeta argentina que se quitó la vida a los 36 años y que cuando tenía 19 escribió en una página de su diario un anhelo sobrecogedor: “Tocar la muerte tan de cerca que una no desee entonces más que vivir”.

sorayda.peguero@gmail.com

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