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Un canto a la herejía

Columnista invitado EE
08 de enero de 2016 - 02:00 a. m.

El maestro Leonardo Padura Fuentes continúa haciendo de la buena literatura una constante.

En su última novela, Herejes, vuelve a entretejer historias de vida en distintos momentos y lugares de la historia que gracias a su pluma magistral terminan entrelazándose. En este caso se trata de juntar tres novelas en una sola que tiene un mínimo común denominador: la herejía como un acto de libertad. Una vez más, para gozo de sus fanáticos adictos, el sin igual Mario Conde vuelve a ser el cronista habanero que reaparece tras haber dejado la Policía 20 años atrás.

Unos meses atrás Padura dijo en Miami que “la idea de los riesgos y consecuencias a que puede llevarnos la pretensión de ejecutar nuestra libertad individual, en realidad era una obsesión que me perseguía desde varios años atrás”. Y ese deseo de sumergirse en las distintas formas que tiene el ser humano para alcanzar aquello que quiere a pesar de las imposiciones sociales, religiosas o políticas lo llevó a armar un complejo mecano en el que entreteje la historia de un joven inmigrante judío asquenazí en La Habana de la primera mitad del siglo XX y un cuadro perdido de Rembrandt; un joven judío sefardí en la Ámsterdam de mediados del Siglo XVII, el cual aprende de la mano del maestro Rembrandt Van Rijn el “acto consciente de crear belleza”; y una adolescente que se unió al grupo de jóvenes emos que pueblan en las noches una popular calle habanera contemporánea.

Cada uno de ellos, Elías Kaminsky, Elías Ambrosius Montalvo de Ávila y Yadine Kaminsky, junto a Judy Torres, asumieron en sus respectivos “tempotránsitos” posiciones heréticas que transformarían sus vidas. El primer Elías cuando decide alejarse de sus raíces hebraicas al ver lo que le sucedió a su familia durante el Holocausto. Montalvo de Ávila al violentar la ley mosaica y sufrir las consecuencias de ser expulsado de su comunidad ante la afrenta de haberse convertido en pintor. Yadine al meter de cabeza al Conde en la búsqueda de su mentora dentro de la comunidad emo. Conde descubre cómo Judy dejó una serie de pistas sobre la vida de esta tribu urbana que va mucho más allá de su vestimenta exótica, maquillaje lúgubre, el uso de piercings y las heridas en brazos o piernas de estos jóvenes “postpostmodernos y digitalizados”. “¿Cómo puede un joven cubano de hoy lanzarse (…) a un ejercicio de su libre voluntad? Las respuestas a esta pregunta pueden resultar dolorosas”.

Las respuestas, como dice el propio autor, han hecho parte del quehacer de aquellos que no se han conformado a lo largo de la historia a obedecer a rajatabla los condicionamientos sociales, morales o dogmáticos que les han sido impuestos. Sin importar el momento o el lugar. Esas verdades absolutas e inmodificables establecidas como dogmas de fe que terminan siendo revaluadas y condenadas al olvido con el mero correr del tiempo. Ejemplos de transgresores a los cuales la historia les dio la razón sobran. Como menciona el mismo Leonardo Padura, “ocurre que incluso donde más se disfruta de la libertad, siempre hay fuerzas que la acechan y se proponen coartarla, con razones o pretextos de la más diversa índole, comenzando por el muy recurrido argumento de el bien o interés común”.

Por todo lo anterior, Herejes merece ser leído como un homenaje a todas aquellas personas que en aras de no limitar su libre albedrío fueron, o están siendo, defenestradas como herejes y segregadas. O, como lo menciona Padura: “¡La libertad, la libertad, la libertad! Eso era lo que se respiraba en la calle G, desde los pulmones de los cientos de jóvenes que meaban en público, bebían alcoholes (…) y practicaban el sexo con el desaforo propio de su edad y potenciado por sus respectivas filosofías libertarias, tan heréticas para su ambiente”. Ahí está el detalle.

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