Un largo sábado

Piedad Bonnett
11 de diciembre de 2016 - 02:00 a. m.

Cada nuevo libro de George Steiner es una buena noticia.

Este año tenemos la traducción  al español de Un largo sábado, una entrevista extensa que le hizo Laure Adler, una periodista que logra arrancarle todo tipo de impertinencias y mostrarlo como lo que es: un erudito, un lector empedernido que lee siempre “con un lápiz en la mano”, un hombre  que se pregunta con honestidad sobre nuestra sociedad, nuestro momento y nuestra historia, y que responde a las preguntas de Adler con sabio escepticismo y con  inteligencia apabullante, no exenta de  ironía.  Un verdadero placer, una delicia. 

Lo que más me gusta de Steiner es que, a pesar de sus raptos de provocador, de su humor mordaz, es dueño de una virtud hoy muy desprestigiada: la ecuanimidad. Su universo mental está lleno de grises, de una complejidad que nace de una casi total ausencia de prejuicio. Y dejo el casi porque, como todo ser humano, de vez en cuando se deja llevar por el capricho. Al abordar el tema del judaísmo, por ejemplo, él, un judío orgulloso de su tradición, que considera que la errancia es una riqueza propia de su idiosincrasia, afirma: “No ignoro que Israel es un milagro indispensable”. Pero explica: “La mayor nobleza es la de haber pertenecido a un pueblo que nunca ha humillado a otro. Ni torturado a otro. Ahora bien, en la actualidad Israel debe necesariamente (subrayaría y repetiría el término 20 veces si pudiera) (…) matar y torturar para poder sobrevivir”. Y añade, como a su pesar: “El judaísmo es mucho mayor que Israel”. Y “en el fondo soy antisionista”. Igualmente compleja resulta su reflexión sobre Freud, Hidegger, Céline. Sobre este último, para él uno de los dos más grandes escritores franceses, dice, invocando a Dios desde su ironía de ateo: “Y pensar que Dios ha permitido a este asesino antisemita, a este hooligan, a este gangster del alma (…) crear una nueva lengua (…) me llena de desazón. Me deja muy enfadado y muy agradecido a la vez”.

Steiner llena este libro —que inexplicablemente no han traído a las librerías colombianas— de afirmaciones polémicas: de las Humanidades dice que “vivimos en el siglo del bluff” y que pueden llegar a deshumanizarnos; del sicoanálisis, que nadie ha conocido nunca a alguien que se haya curado con él y que “sólo en Francia (el país de Las preciosas ridículas) pueden tolerarse tales memeces”; sobre las mujeres se pregunta: “¿Por qué la mujer no crea más? ¿Acaso la mujer tiene demasiado sentido común? (…) y el sentido común es el verdadero enemigo del genio”.

Steiner dice odiar el arte conceptual, reconoce su ignorancia tecnológica, afirma que “un día sin música es un día muy triste”, que Europa se ha vuelto un gran museo, que “sin la esperanza del domingo tal vez nos veríamos abocados al suicidio. Y el suicidio es algo totalmente lógico”, y que “si nos gobierna la mafia es porque no hemos querido entrar en la política”. Termina hablando del arte de vivir y de morir. Dos frases suyas bastarían para saber quién es: “El mayor privilegio, la mayor libertad, es no tener nunca miedo de equivocarse”, y “En los ojos de un animal que os ama y al que amáis hay una comprensión de la muerte de la que carecemos. (…) ¡Es tan bonito vivir con un animal!”.

Señores distribuidores, ¡avíspense!

 

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