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Un presidente sin controles es un dictador

Darío Acevedo Carmona
12 de septiembre de 2016 - 02:00 a. m.

Se destapó de un todo y por todo Juan Manuel Santos. Dio el salto, huyó hacia adelante, desafió el orden, se insubordinó cuando manifestó que el presidente puede hacer lo que le venga en gana, a sabiendas de que nadie, excepto el procurador, le pondría freno. Por eso presionó su salida, era el gran “estorbo” institucional para su proyectada capitulación de paz.

¿Quiénes hicieron rumba con la sacada a sombrerazos del Procurador General de la Nación?: todos los aliados y complotados en torno al apoyo del Acuerdo Final Gobierno-FARC. Tiró paso la intolerante intelectualidad que no quiere admitir que el partido Conservador representa una porción respetable de la población.

No existe la menor duda, estamos en un estado de cosas de corte neogolpista caracterizado por la violación gradual pero sistemática de la institucionalidad, que alega razones legítimas, principios inobjetables convertidos en dogmas y hace pasar todos los atropellos como procedimientos legales.

Ya no hay titubeos ni sonrojos ni delicadezas. Ya no es el “es que no sé porque no me entienden”, se reventaron todos los diques que un sistema democrático ha construido para llamarse así.

De nada sirvió que la Corte Constitucional dijera que la pregunta del plebiscito debía ser clara y no dar a entender que se estará votando por la paz, y que no se debía usar recursos del erario. Pues el presidente, envalentonado y ya sin controles a la vista sentenció, despótico: “el presidente puede hacer la pregunta que se le dé la gana” y después, como si nada, autorizó el uso de recursos públicos en las campañas del plebiscito.

Se está cumpliendo al pie de la letra la ruta establecida por el filósofo de la Nueva Era, del Giro Histórico, del Cambio de Rumbo, Sergio Jaramillo, en el sentido de que después “de la firma de la paz” vendría la “transición” durante diez años en los que había que implementar los acuerdos apelando “a medidas extraordinarias y a procedimientos  excepcionales”. Violar disposiciones constitucionales, saltarse los controles, financiar campaña por el “sí” con dineros públicos es “extraordinario y excepcional”, golpismo, según el abecé de la ciencia política.

En los noticieros de televisión, en emisoras y en los principales medios impresos, abruman las cuñas publicitarias oficiales y no oficiales invitando a votar por la paz pisoteando el fallo de la Constitucional que aclaró que no se votará por la paz ni por la guerra. Una cadena radial propiedad de socialistas ibéricos organiza un foro de yo con yo, Samper el del ochomil, Gaviria el de la Catedral, De la Calle exvicepresidente de Samper y figuras políticas españolas, una de las cuales tuvo la osadía de comparar el Acuerdo colombiano con la caída del Muro de Berlín. En ese foro homogéneo, se condenó al unísono a los opositores tildándolos de guerreristas, enemigos de la paz y saboteadores.

De forma sistemática, el presidente Santos fue aplastando, sin que le temblara el pulso, la institucionalidad colombiana en aras de una paz claudicante. Manipuló a la prensa, hostigó a columnistas hasta hacerlos expulsar, amansó a las Cortes otorgando favores, estimuló la persecución judicial contra la oposición, instigó la infiltración de la campaña de Óscar Iván Zuluaga en 2014 para ganar la presidencia con trampa, y, como los pokeristas mañosos, hace trampa teniendo todo para ganar.

Se granjeó una mayoría calificada en el Congreso para darle un barniz de legalidad a sus proyectos, entre los cuales cabe destacar el de la renuncia del Congreso a su función principal e irrenunciable de legislar en beneficio del nuevo amo que, además, será investido con poderes especiales.

Tal como Hugo Chávez con las totalitarias “leyes habilitantes”. No entiendo por qué los comentaristas adeptos y adictos al gobierno de las trapacerías y picardías, piensan que es exagerado hablar del peligro castrochavista. No es que mañana, de una, las FARC y los ingenuos que le facilitan su cometido se vayan a tomar el poder.

Es algo más sutil, lenta y gradualmente como Chávez.

Hoy en día, ya las FARC son, como decía un jefe de frente días atrás, un estado dentro del estado, hay y habrá un poder dual en adelante. Decenas de Comisiones, Comités, Sistemas nacerán duplicando el estado que nos rige, conformando un auténtico paraEstado respaldado por “movimientos sociales”, especie de soviets tropicales.

La Justicia nacional será reemplazada por un organismo frankesteiniano que salido de madre actuará con poderes absolutos. Que pierdan cuidado los empresarios y militares si creen que basta, como recomienda Santos, “declarar que pagaron una extorsión y quedan libres”, pues ahí estarán los colectivos con sus testigos a sueldo presionando con sus montajes y testigos a sueldo.

Para que todo esté consumado, falta la fiesta final de campaña, la del 26 de septiembre, con presencia de Evo, Raúl, Correa, Ortega, Maduro, Otegi? y delegados que no saben ni entienden una pizca de la situación colombiana atraídos por la mágica palabra “Paz”. Cuando Colombia quede al garete y en manos de otros aún más ineptos y emerjan los Maduros nacionales y la economía se venga a pique ante la imposibilidad de cubrir los costos de la entrega y la democracia se torne una payasada y las libertades sean historia, esa comunidad internacional se hará de la oreja mocha y volteará su mirada para otro lado, tal como lo hace con la tragedia de los venezolanos.

Para vendernos ese cuadro recurren a figuras extranjeras con el fin de colonizar la voluntad popular y a personajes de la farándula para conquistar el voto por la fácil vía del impacto publicitario.

Pregunta: ¿Por qué será que las izquierdas y los progres, felices, aplauden a rabiar la gesta del eximio representante de la oligarquía?

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