Una extraña posesión

Sergio Otálora Montenegro
21 de enero de 2017 - 02:00 a. m.

MIAMI.- Washington en diciembre de 2009 era una fiesta: se sentía la euforia por todas partes, en cada esquina. Ya estaban en marcha los preparativos para la posesión del primer presidente negro en la historia de Estados Unidos.

Ocho años después el cuento es muy distinto. No hay inspiración, sino confrontación.  La gran falacia vendida por Trump –y comprada por un amplio y diverso sector de la sociedad norteamericana- es que es posible volver a un supuesto pasado glorioso, desandar lo recorrido y recuperar lo que apenas fue producto de falta de carácter y de pericia para enfrentar las amenazas.  Por eso la tarde del jueves, en el tradicional concierto previo a la ceremonia de posesión,  la música fue monocorde y la letra monotemática: el patrioterismo elemental, el nacionalismo hirsuto, la nostalgia blanca de un país  monocromático. “América para los americanos”, como rezaba la  vieja monserga imperialista que el nuevo y neófito inquilino de la Casa Blanca ha decidido desempolvar como si el mundo fuera el mismo de hace apenas 70 años.  

De manera deliberada, con un cálculo frío, sin entrañas, el Partido Republicano, montado en la cresta de la ola naranja, llega con un plan de tierra arrasada: frenar o destruir la transformación cultural y política que inspiró Obama. Por eso, las huestes herederas de Lincoln decidieron chuparle rueda  a un hombre que, de fracasar,  destruirá la credibilidad de una organización política que,  en el colmo del oportunismo y del apetito desmesurado de poder, giró hacia el fascismo. 

Los peligros y riesgos se han multiplicado. No sólo en el frente externo –Corea del Norte, el Estado Islámico y el juego a varias bandas de Moscú- sino en el interno: Donald J. Trump  llega a gobernar  con un nivel de aceptación del 40 por ciento, el más bajo en una generación  (como lo tituló el Wall Street Journal),  y con la posibilidad, desde el día número uno,  de que la terca negativa a vender su participación en las empresas que él mismo se inventó lo puedan de inmediato poner en violación flagrante de la ley.

Hay una respiración contenida, un miedo latente, un espectáculo de apariencias y de exabruptos. Las audiencias de confirmación de los secretarios y altos funcionarios postulados por el nuevo presidente han sido la exhibición clara del talante de la administración que entró a dirigir los destinos del país más poderoso del planeta: multimillonarios cuestionados por sus manejos económicos; los posibles  secretarios de estado, de defensa, el director de la CIA, la embajadora de Estados Unidos en Naciones Unidas, entraron en abierta contradicción con su posible jefe. El nominado secretario de justicia, Jeff Sessions, tuvo que volver a enfrentar serios cuestionamientos por su talante racista y antiinmigrante.

Ante un poder bastante limitado, al Partido Demócrata no le ha quedado más remedio que hacer explicitas las contradicciones, debilidades y riesgos que representan los seleccionados por Trump. Los demócratas están dilatando el proceso de confirmación y ya es clara la molestia de un gobernante con innegables impulsos autoritarios.

A propósito: piensan replantear las ruedas de prensa diarias en la Casa Blanca. Incluso cambiar el salón donde, desde hace décadas, se realiza el ritual de un gobierno que, en sus propios predios,  enfrenta a los periodistas.

Es cierto: este viernes volvió a darse una transmisión pacífica y civilizada del poder. Nunca  antes Estados Unidos había mostrado las dos caras de su poderosa moneda. Dos formas de entender el mundo que conviven cada vez de manera más precaria.

Sé que Obama, como ningún otro, conoce los graves peligros que se avecinan. Está mucho mejor informado y con datos frescos de sus equipos de inteligencia sobre las andanzas de Donald. Por eso, en sus últimas declaraciones advirtió que saldrá a la palestra, dejará su retiro de expresidente,  si ve que hay serias amenazas sobre lo que él considera son los valores democráticos más entrañables.

En ocho años pasamos de la esperanza – en medio de una crisis económica profunda- a la desazón. De la fuerza renovadora del sí se puede a la nostalgia ilusa de un país de mentiras pero profundamente reaccionario.  Este lunes arranca, ya en forma,  una profunda incógnita.

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