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Una victoria inútil

Eduardo Barajas Sandoval
22 de diciembre de 2015 - 02:55 a. m.

Un triunfo político precario es más difícil de manejar que una derrota.

En momentos de crisis, ante la exigencia ciudadana de soluciones eficientes a los problemas de cada día, los primeros que pueden saltar en pedazos son los partidos tradicionales. Como sus ofertas son estereotipadas y predecibles, conducen a que la gente busque algo diferente. El problema es que, ante la premura de las circunstancias, y en medio del alboroto de la ausencia de remedios, suelen surgir las improvisaciones, que con frecuencia cautivan porque aparentan ser la salida. Es la hora, por qué no, de las improvisaciones. Improvisaciones que cautivan fácilmente, porque se salen de lo conocido. Pero, en fin, así se trate de aventuras políticas de destino incierto, alimentan las ilusiones de un arreglo a problemas que demandan de urgencia una solución. También revuelven el juego político y producen períodos marcados por una incertidumbre mayor que la que esperaban dar por terminada.

El proceso político contemporáneo de Europa presenta, en diferentes lugares, el espectáculo de la insuficiencia de los partidos tradicionales para atender los requerimientos de una crisis para la cual no han tenido, salvo contadas excepciones, una receta adecuada. En Grecia los socialistas del PASOK y los centristas de Nueva Democracia resultaron desbordados, desde la izquierda, por el avance de Syriza y son retados desde la derecha por “Nuevo Amanecer”. En Austria, el “Partido de la Libertad” ofrece que “Viena jamás será Estambul” y se ha convertido en la segunda fuerza política del país, por encima de la Democracia Cristiana. En Francia ya se conoce el avance amenazante del Frente Nacional. Aún en Gran Bretaña se rompió recientemente la claridad del bipartidismo con los progresos de los liberales, que llegaron a gobernar en coalición con los conservadores. En Alemania, no hay que olvidar, gobierna una alianza de los dos rivales tradicionales, de centro y de centro izquierda, ante la insuficiencia de unos u otros para formar gobierno por su cuenta,

De manera que se va formando una especie de “internacional europea de la alternatividad”, que desde la derecha o desde la izquierda aprovecha los vacíos del escenario político para ocuparlos con sus propuestas de salvación.

La crisis económica española luego de varios gobiernos de los dos partidos dominantes a partir de la instauración democrática, ha puesto en evidencia que ninguno de ellos fue capaz de ofrecer una respuesta clara al reto de dificultades que no tienen todas origen interno. El hecho es que, justa o injustamente afectados por el desprestigio, permitieron el surgimiento de formaciones políticas diferentes, que fueron creciendo al ritmo del descontento ciudadano, al punto que en las elecciones del domingo pasado lograron romper con el bipartidismo. Como consecuencia de ese resultado electoral, el panorama político español ha cambiado al punto que es claro que hoy por hoy nadie va a poder gobernar por su cuenta. Como no ha desaparecido la conveniencia, y tampoco la obligación política, de conseguir un gobierno estable, los actores de la vida pública han entrado en el tercio de la lidia que les obliga a buscar alianzas. De ahí la feria de ilusiones y desencantos, de afinidades nuevas y de incompatibilidades manifiestas que animan los titulares de las noticias.

El Partido Popular parece haber sacado, o comenzado a sacar, al país de la crisis macro económica. Ese fue precisamente un argumento central de la campaña. Pero la izquierda argumenta que al mismo tiempo acentuó la crisis social, porque puso a los más débiles a hacer unos esfuerzos comparativos mucho mayores que los de los demás. Sacó, según los escrutinios, el primer puesto. Pero no alcanzó a obtener el apoyo suficiente para gobernar por su cuenta, de manera que va a tener que buscar alianzas con quienes se rebelaron contra sus políticas. Por su parte el PSOE, como los demás partidos de la social democracia, no ha encontrado el tono que le permita, luego del mediocre resultado del Partido Socialista francés, convencer a una mayoría de que puede sacar al país adelante, mejorando el récord de su pasado en el ejercicio del gobierno.

El triunfo del PP tiene entonces todas las características de una victoria inútil, de aquellas que son más difíciles de manejar que un derrota franca. Las formaciones políticas que se aceleraron en contra de su programa, difícilmente van a querer sumarse ahora a sus propuestas. Y por ahora parece que los socialistas están muy lejos de entrar en el experimento de una alianza de los dos partidos en manifiesta decadencia. Pero tal vez sea preciso poner la mirada más allá de las consideraciones sobre alianzas o rupturas entre las fuerzas políticas, viejas y nuevas, y preguntarse si la famosa premisa de que no hay democracia sin partidos pertenecía al Siglo XX, y en qué podemos terminar, en materia de representación política al ritmo de las nuevas formas de acción política en manos de los ciudadanos cuando avanza sin pausa el Siglo XXI.

 

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