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Oportunidad histórica

Rodolfo Arango
06 de febrero de 2013 - 11:00 p. m.

El recrudecimiento de los ataques de las Farc alimenta las críticas al proceso de paz. Desde el principio el Gobierno advertía que dialogar en medio de la confrontación sería difícil y muchos serían los riesgos y obstáculos a sortear.

Las partes en la mesa de negociaciones saben que la legitimidad del proceso es un bien escaso, que se consume rápidamente. O deberían saberlo. En particular las Farc, para no abusar de la exposición mediática con miras a legitimarse en una confrontación de largo plazo. Pese a las dificultades, la que tenemos es una magnífica oportunidad para hacer un quiebre histórico en el pasado de violencia y construir un país que pueda finalmente asegurar la paz.

Hagamos un experimento mental. Imaginemos que las partes negociadoras constituyen un gabinete de gobierno de “salvación nacional”, como diría Álvaro Gómez Hurtado. Abandonados los roles de enemigos, la pregunta sería cómo piensa el gabinete resolver seis de los mayores problemas que aquejan a la sociedad colombiana, no inmediatamente sino a mediano plazo, conviviendo con diversas ideologías (socialdemócrata, liberal, conservadora, comunista) y estableciendo un sistema constitucional, democrático y republicano respetado por todas las partes. Ciertamente se trata de un reto difícil, mas no imposible. Deber de todos en la mesa y fuera de ella es tomarlo en serio. Unos y otros son responsables del sufrimiento y la crueldad que soporta la gran mayoría del pueblo colombiano anhelante de la paz.

Al experimento mental podría añadirse otra condición, sugerida por el premio Nobel de Economía Amartya Sen. Si las partes no buscan formular una teoría de la justicia sino más bien combatir conjuntamente las particulares injusticias, podrían hacer grandes avances al bajar de la abstracción de las ideas a la estructuración de soluciones. ¿Cómo resolvería eficaz y duraderamente este “gabinete de transición” el caso de la restitución de tierras en Curvaradó y Jiguamiandó, luego de aceptar que ambas partes son corresponsables de la actual situación? ¿Cuál sería la división de tareas y responsabilidades entre ellos, representantes de las fuerzas armadas legales e ilegales, en el contexto de criminalidad, ausencia del Estado, marginalidad, pobreza y corrupción? Cuando unos y otros abandonen la comodidad de las soluciones totales y del pensamiento esencialista podremos empezar a dilucidar las posibles soluciones.

Otra parte de responsabilidad les cabe a las élites sociales temerosas de aceptar las diferencias ideológicas y perder sus privilegios. La combinación de poder económico, militar y religioso no ha dado resultados en la historia del país. Si bien el país ha girado a la derecha por efecto, en buena medida, de los desmanes de las guerrillas, lo cierto es que el pensamiento contrarreformista, autoritario y premoderno, basado en los privilegios y la exclusión social, pierde terreno. Su contribución a la paz, no obstante, podría consistir en no politizar y torpedear, con fines electorales, mediante el amarillismo mediático, una opción real de la paz. Para esas élites sociales el desafío en el experimento mental sería otro: concebir un escenario político y social verdaderamente democrático, donde se desmontan los prejuicios y se escuchan las razones, con sensibilidad, prudencia y ponderación. Se trata de abandonar la estigmatización y el rechazo de quienes piensan diferente y aceptar que en el debate político unas veces se gana y otras se pierde, dentro de un marco de respeto a la constitución democrática de la sociedad.

 

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