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Oposición de mentiras

Sergio Otálora Montenegro
11 de mayo de 2012 - 05:38 p. m.

En el poder y en la oposición, el uribismo está marcado con el mismo hierro: la antidemocracia. Su oposición es de mentiras, o mejor, es un remedo, porque no obedece a un ejercicio sano de la tarea fiscalizadora, sino a una necesidad imperiosa de venganza.

Ante la supuesta traición del hoy presidente,  la consigna es clara: “nos vamos  a tirar a Santos”. Cueste lo que cueste. La constitución es un albur, una especie de maleable caja de herramientas que pueden usar para coronar sus muy personales ambiciones y malquerencias. La penúltima gracia: presidente muñeco de ventrílocuo (vicepresidente). No podía ser de otra manera. Para estos sujetos (que representan una tendencia, degradada, de la vieja política)  la democracia colombiana no es una obra (negra) en permanente construcción, sino un lote de engorde, listo a ser invadido por el más venal, por el que grite más duro, por el de más talento para el saqueo, por el que necesite repartir chumbimba, a diestra y siniestra, para sacarse el clavo.

Hacía más de medio siglo que el odio visceral,  dentro de distintas facciones del bloque de poder, no gobernaba el discurso de los supuestos opositores. Por supuesto, hubo  reyertas memorables entre compadres  (Misael Pastrana y Alfonso López Michelsen, Carlos Lleras Restrepo y Julio César Turbay). Pero lo de hoy, dentro de su propio contexto histórico, recuerda más al laureanismo hirsuto, que se movió en varios frentes complementarios: el sabotaje al proyecto reformista de la Revolución en Marcha, el atentado personal y la acción intrépida. La espada y la camándula. Se trataba, al final, de abortar una manera de ejercer el poder, de suprimirla a las buenas o a las malas.

No se inspiraba en el credo republicano, de la alternancia de partidos y movimientos diversos, sino en la doctrina fascista de borrar la diferencia, de crear un solo ente corporativo que lo dominara todo, desde el congreso hasta las cortes, desde los partidos hasta la sociedad civil, para que el gran capital, directo beneficiario de semejante monstruosidad, pudiera jugar a sus anchas. El laureanismo se inventó, entonces, el basilisco bifronte liberal y comunista, al que había que cortar de raíz. De golpe todo era un juego de espejos, la familia López y la familia Gómez se entendían a las mil maravillas, compartían el mismo ámbito social, pero en la lucha por el poder, en medio de una institucionalidad atrofiada, de una mentalidad autoritaria,  de una religiosidad montaraz, la confrontación se convirtió en violencia.

Los tiempos han cambiado, al igual que el discurso. Pero no el fondo del drama: la oposición en Colombia no es un hábito, una costumbre secular. Todo lo contario, es un exabrupto,  una enorme piedra en el zapato.  Un tumor maligno. Así fue entendida y ejercida  durante la larga modorra del Frente Nacional, así la percibió el uribismo cuando estuvo en el Palacio de Nariño, y así la practica ahora,  como una mezquina estrategia de molestar al gobernante de turno, de joderlo día y noche, con trinos y columnas monotemáticas de sus adláteres.

¿Santos habría actuado de manera distinta, si hubiera sido el supuesto ofendido, el traicionado? Me temo que no, aunque su estilo sería muy otro, más cargado de cinismo, incluso con más veneno aplicado con guante de seda. La cultura política de nuestra élite ha sido la de despreciar (o liquidar) a la oposición o de ejercerla de manera muy puntual, ya sea para lograr prebendas burocráticas, para castigar deslealtades o jugadas sucias de los socios, para guardar las apariencias,  o simplemente por venganza.

No se trata de los demócratas en la Casa Blanca y los republicanos en la oposición. O de Rajoy y el PP al mando del gobierno español, mientras el PSOE y Rubalcaba fiscalizan en un momento de veras crítico para su país. No es un cambio de guardia lo que hay en nuestro suelo,  sino una zancadilla feroz, disfrazada de “proyecto alternativo de poder”.  Nada raro que les diera por conspirar, o por armar tinglados funambulescos, con tal de volver al poder y ajustar cuentas con el felón.

Y como siempre, al margen de estos gárrulos, está la verdadera oposición, la misma que ha estado buscando un lugar en la institucionalidad colombiana, durante cerca de un siglo,  sin lograrlo a cabalidad. La misma que ha sido exterminada a sangre y fuego. Ah, y la guerrilla, pero eso es cuento aparte. Lo otro, señores, la vindicta de vanidades dolidas, es la ventolera de siempre. Patria boba.

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